El Miedo (Parte II)

II.-

Sometido a una rutina sofocante solo alterada por el despiadado látigo, azuzado por el miedo y el agobio, Beltrán fue capaz de superarse y rendir en cuanto se le requería. Superando su cansancio y agobio, creciendo en su esfuerzo y alimentándose en su terror, se fue convirtiendo, sin quererlo, en lo que el Lord pensaba y deseaba.

Beltrán no sintió el cambio, pero el Lord sí. Ya en el tercer día de entrenamiento, el proyecto de animal respondía muy bien. El látigo era eficaz en su propósito: lograr doblegar y que el proyecto de animal haga lo que espera de él.

Y el Lord deseaba que Beltrán se fortaleciera en su resistencia y capacidad física. El muchacho tenía buen cuerpo, estaba entrenado, pero ahora estaba sometido a exigencias superiores. Además, estaba superando su debilidad producto de los días de encierro sin alimentarse. El Lord comenzó a alimentarlo mejor, haciendo ingerir proteínas, vitaminas y colarías, indignamente, pero eficazmente. El pobre muchacho agradecía esto.

Y esa resistencia y capacidad física se podía advertir en el tiempo dedicado a correr en torno al madero dentro de la cerca, con una rapidez cada vez mayor. Era un buen espectáculo ver al muchacho completamente desnudo, con un collar al cuello haciendo su rutina exigente, con el cuerpo sudado, sucio y lacerado. El cabello estaba sucio y ya era evidente el vello facial.

El Lord le había prohibido tocarse y Beltrán obedecía, por miedo y porque no tenía ganas de nada, solo estaba atento a obedecer y complacer.

No hablaba, y trataba, en su soledad de establecer conversaciones imaginarias, tratando de hilvanar ideas y sentimientos, solo para no enloquecer. Se imaginaba relatando su trágica historia a su padre y pidiéndole que lo rescatara de esta amarga situación, pero luego recapacitaba y se decía “No, no he dicho nada, no lo he dicho, no lo pienso, perdón, perdón”.

Y lo decía porque pensaba que lo había dicho en voz alta, pero no, era su mente que inventaba conversaciones que nunca existieron.

La única voz era la del Lord y ella se escuchaba clara y firme, y las ordenes se fueron multiplicando:

- ¡Corre 10 vueltas!
- ¡Haz 40 flexiones!
- ¡Ejecuta 100 sentadillas!

Beltrán obedecía y ya comprendía que el látigo caería sobre su espalda con más fuerza si tarda demasiado. Y si realizan lo ordenado en forma correcta y oportuna, el látigo sería más benevolente, pero no necesariamente.

No se duchaba, solo era despertado con chorros de agua que lanzaba el Lord. Comía en el suelo y hacía sus necesidades en el mismo sitio, en sucios recientes que debía depositar en un foso séptico ubicado en un extremo del cercado. Hedía, siempre. El polvo se pegaba a su sudor y su color de piel se estaba ocultando bajo la suciedad.

El pelo se estaba apelmazando y tenía mal sabor en la boca. El agua ...