Decisiones (Parte II)

5.-

Domingo se retiró a esa de las 10 de la mañana, quedando sólo Santiago, inquieto y molesto.

No estaba molesto con Domingo, sino que consigo mismo. Si, la había pasado muy bien, había experimentado un placer desconocido, lo había buscado y deseado, pero no en los términos que había previsto. Lo que le molestaba e inquietaba era que había perdido el control, quedando a expensas de otra voluntad. Le inquietaba que una voluntad distinta y superior a él, le había controlado sin mucha dificultad, sólo a costa de explotar su deseo.

Era una constatación dolorosa y peligrosa. Desdibujaba lo que pensaba y esperaba de sí mismo.

Le inquietaba, asimismo, que no era simple curiosidad lo de explorar su bisexualidad, sino que parecía formar parte de su verdadera identidad. No había nada de lo que había experimentado que le hubiera disgustado, nada. No había ningún límite. Se cuestionaba si ser homosexual era su verdadera identidad y si no había llegado la hora de asumirlo.

Lo pensaba y le producía pánico. Nunca lo había ni siquiera pensado.

Esos pensamientos se cruzaban con el vivo recuerdo de los momentos que había gozado con Domingo. Lo deseaba y lo temía. Adoptó, muy a su pesar, la firme convicción que guardar distancia con su compañero: se había expuesto demasiado. Era hora de detenerse y no desviarse, podía estar echando todo por la borda.

Los días siguientes, con gran esfuerzo y con una acción que implicó autocontrol y disciplina, mantuvo una considerable distancia con Domingo. Aquellos que ignoraban la relación, es decir casi todos, podrían haber llegado a la conclusión que no eran ni cercanos ni conocidos y hasta, quizás, ser personas distantes y sin simpatía entre ellos.

Domingo, experimentado en estos trances, seguro y confiado, no hizo nada por confrontarlo o representarlo. Se alejó y mantuvo una conducta semejante. No tenía prisa, sabía que había darle tiempo al tiempo.

Pero si para Domingo esa actitud displicente y condescendiente con Santiago le resultaba natural, sin ningún esfuerzo, a éste le resultaba un trabajo emocionalmente cansador. Lo era, porque encontraba demasiado excitante, un hombre guapo y atractivo a Domingo. El deseo por su compañero no había disminuido en ningún sentido o intensidad.

Hizo un esfuerzo enorme por concentrarse y evitarlo, por no mirarle ni acercarse, dejo de salir al gimnasio con él, ya no almorzaban juntos y toda su comunicación se reducía a reuniones de trabajo o consultas sobre los proyectos que cada uno estaba analizando.

Pasaron dos semanas en ese afán. Vano esfuerzo, en las noches, en la soledad de su habitación, pensaba en Domingo y se masturbaba como poseído pensando él, en su cuerpo, en su dominio, en su poderosa verga dentro de ´él.

El viernes de la semana subsiguiente ya no pudo seguir prolongando más la situación...