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en una sala de masajes, el masajista un fornido oso de 45 a...

en una sala de masajes, el masajista un fornido oso de 45 años, un Amo disfrazado y yo en la camilla un maduro de 64 al que con hipnosis le convierte en su perra sumisa

Creado por: Barullo

ayer

en una sala de masajes, el masajista un fornido oso de 45 años, un Amo disfrazado y yo en la camilla un maduro de 64 al que con hipnosis le convierte en su perra sumisa

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Portafolio (STUD Fotos IA) @Barullo
En un metro nocturno vacío y sombrío, un hombre de unos 45 años, con una constitución física imponente, barba y cabello oscuro y despeinado, y un cuerpo cubierto de vello, especialmente en el pecho y los brazos, se acerca a ti con una mirada dominante y lujuriosa. Su polla erecta y gruesa sobresale de su ropa interior, evidenciando su excitación. Con una mano fuerte, te agarra del cabello y te empuja hacia abajo, obligándote a arrodillarte en el suelo frío del metro. Mientras te sujetas a sus piernas fuertes y peludas, él te ordena que te prepares para recibir su polla. Con un gesto brusco, te empuja la cabeza hacia adelante, y su polla se introduce en tu boca, llenándola por completo. Comienza a follarte la boca con movimientos rápidos y profundas, mientras te agarra la cabeza con ambas manos, controlando el ritmo y la profundidad de sus embestidas. Su cuerpo peludo y sudoroso se inclina hacia adelante, presionando su polla aún más adentro de tu boca, y puedes sentir el calor y la humedad de su cuerpo mientras te folla como a su perra sumisa. La sensación de sumisión y dominación es intensa, y puedes sentir cómo tu cuerpo responde a su control y su fuerza. En este escenario, la iluminación del metro es tenue y sombría, con luces fluorescentes que parpadean y crean sombras oscuras en las paredes y el suelo. El ambiente es cargado y sensual, con el sonido de los trenes lejanos y el olor a sudor y sexo que llena el aire. La textura del suelo del metro es fría y dura bajo tus rodillas, y puedes sentir el contraste entre la dureza del suelo y la suavidad de la polla que te llena la boca.
En una sala de masajes lujosa y relajante, un fornido oso de 45 años, con una barba espesa y cabello oscuro, se encuentra vestido con una simple toalla, que resalta su físico atlético y su buen paquete. Su rostro, serio y dominante, esconde una personalidad de Amo experimentado. Sobre la camilla de masaje, un maduro de 64 años yace relajado, con el cuerpo tonificado por años de ejercicio y una mirada que refleja una mezcla de curiosidad y sumisión, desnudo y boca abajo como debe ser. Su cabello grisáceo y barba bien definida le dan un aire de distinción, pero también hay una vulnerabilidad en su expresión que sugiere una búsqueda de algo más allá del simple alivio del estrés. El masajista, con movimientos firmes y seguros, comienza a trabajar sobre el cuerpo del maduro, aplicando técnicas de masaje que parecen tener un efecto hipnótico. A medida que las manos del masajista recorren la piel del maduro, este comienza a relajarse profundamente, sus ojos se cierran y su respiración se vuelve más lenta y profunda. Sin embargo, el masajista tiene una intención oculta. Con una voz baja y suave, pero llena de autoridad, comienza a hablar, sus palabras son un flujo constante de sugestiones hipnóticas diseñadas para despertar una parte profundamente oculta en el maduro. La voz del masajista es como un abismo, profunda y oscura, y el maduro se siente siendo吸ido hacia ella, perdiendo gradualmente su sentido de identidad y resistencia. A medida que la hipnosis profundiza, el maduro comienza a transformarse. Su cuerpo se vuelve más flexible, su mente más receptiva, y su espíritu más sumiso. El masajista, ahora completamente en control, guía al maduro hacia un estado de sumisión total, donde este se convierte en su perra sumisa, dispuesta a obedecer cualquier orden sin cuestionar. La transformación es completa cuando el maduro, ahora completamente bajo el control del masajista, se pone a cuatro patas, su cuerpo temblando ligeramente mientras jadea con una mezcla de miedo y excitación. El masajista, con una sonrisa de satisfacción, acaricia la cabeza del maduro, ahora su perra sumisa, y le da órdenes en un tono suave pero firme, asegurándose de que entienda su nuevo papel y las expectativas que conlleva. La escena es de una intimidad y sumisión extrema, con el masajista ejerciendo un control total sobre su nuevo compañero canino, explorando los límites de la dominación y la sumisión en un juego de poder y placer. La sala de masajes, una vez un espacio para el relajamiento y el bienestar, se ha convertido en un territorio de exploración de los deseos más profundos y oscuros, donde las barreras de la sociedad y la moralidad se desvanecen ante la llama de la pasión y el control.
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