El Entrenamiento (Parte V)

V.-

Herr Karl dormía poco y mal. Solía tomarse una pastilla para aquello, pero ahora surtía poco efecto. Un médico había viajado a revisarlo y le dijo que lo que estaba tomando ya no surtía efecto, le sugirió hacer una higiene del sueño, basado en mejorar las condiciones precias, reduciendo la luminosidad de las habitaciones, cambiando los hábitos de alimentación, los horarios para acostarse y levantarse, las actividades durante el día, etc. Siguió las indicaciones, pero nada resultó, apenas dormía tres o cuatro horas.

Ante ello, optó por usar más a los esclavos que tenía a su disposición.

En total, en ese momento tenía a su servicio a 3 esclavos viviendo en el ala adosada a la casa principal: el mexicano, el argelino y un alemán, el más joven, de 20 años. También estaban otros tres esclavos en su segunda fase de entrenamiento: un checo y dos rumanos y los cuatro prospectos, entre los cuales estaba Cuan.

Y los estaba usando a discreción: a los tres permanentes les castigaba duramente, a los en preparación gozaba con su entrenamiento y humillación y a los prospectos, analizándolos y viendo sus posibilidades y potenciales.

Esta noche vio a sus mejores esclavos siendo castigados, mientras los dos rumanos lo atendían.

Al acabar aquello, se fue a su dormitorio y con el fue el esclavo alemán de 20 años, llamado D-12, que era alto (185 cm), lampiño, atlético, rubio, extremadamente aguantador y 100% obediente. Había sido uno de los grandes descubrimientos del Cazador. Lo conocí en un clubSM de Berlín. En ese tiempo, con apenas 18 años, ya era parte del circuito BDSM de la capital alemana; costó poco convencerlo y ahora era uno de los placeres del Amo.

El Amo sentía un extraño placer llevando al límite al esclavo, obligándolo a mantener posiciones incómodas, llevar pinzas en sus tetillas durante todo el tiempo que estuviera con él, aplicarle descargas eléctricas en el recto y genitales mediante un dispositivo de control remoto, especialmente cuando permanecía en esas posiciones molestas o bien cuando estaba realizando ejercicios. Al Amo le excitaba ver cómo aguantaba y permanecía casi inmutable, hasta que la molestia o el dolor eran muy intensos.

Se debía quedar ahí, hasta que el Amo se quedara dormido, solo ahí podía hacerlo él, en el suelo, a los pies de Herr Karl.

Sólo así podía conciliar ahora el sueño. El esclavo alemán se había acostumbrado a esta rutina agotadoras, lo que le daba, además, un cierto privilegio: se liberaba de los otros deberes.

Cuando despertaba, se podía retirar y ahí llegaban los rumanos, que le ayudaban a levantarlo, acompañarlo a la ducha y asearlo.

Desayunaba solo, estando atentos, siempre estos esclavos por estos días y por otros si no estaban.

Leía los periódicos que le disponían sobre la mesa, escuchaba música y cuando amanecía ...