Diego visita a su padrino 1

Diego iba a pasar un fin de semana largo
—de viernes a lunes— bajo el cuidado de su padrino en Madrid. Una mezcla de excitación y nerviosismo le recorría el cuerpo cada vez que pensaba en ello.

Apenas se conocían: ciudades separadas, vidas distintas. Pero desde pequeño, Diego había crecido escuchando historias sobre él. Un hombre meticuloso, cariñoso en su manera estricta, médico de profesión y con una firme creencia en los tratamientos intensivos.

Lo que más fascinaba a Diego eran los relatos. Su padrino solía escribir experiencias autobiográficas, muchas de ellas ambientadas en su época como director de un internado. Historias detalladas, llenas de rigurosidad médica y una disciplina casi paternal.

Tratamientos con inyecciones intramusculares —siempre en el culete—, supositorios de acción prolongada, revisiones exhaustivas... Diego los había leído una y otra vez, a veces incluso fantaseando sin saber que el autor era, precisamente, el hombre que ahora sería
su padrino.

Y ahora, ese mismo hombre insistía en hacerle una revisión. "Para optimizar tu rendimiento físico y mental de cara a la oposición", le había dicho.

Diego no era ningún novato en lo de las inyecciones: las había recibido antes, sabía portarse bien, aguantar el dolor sin montar escenas. Pero su padrino tenía fama de ser... exhaustivo. ¿Cuántas inyecciones serían? ¿Con qué frecuencia? Su culito, sensible y poco acostumbrado a tanto, ya parecía arder solo de pensarlo.

Por otro lado, estaba lo de Madrid.

Quería ver a sus amigos, salir, emborracharse si podía. ¿Se lo permitiría su padrino? ¿O acaso ese "tratamiento" incluía también condiciones?

Aun así, había dicho que sí. Porque, en el fondo, la idea de someterse a esos cuidados lo excitaba. Porque quería conocerlo. Y porque, aunque le doliera admitirlo, necesitaba esa disciplina.

Así que ahí estaba, frente a la puerta de su piso en Madrid, con una maleta y un nudo en la garganta. Tres noches. Un padrino. Y un montón de jeringuillas esperándolo.