La maldición (4)

Después de comer, mientras fregaba los platos, oí que David hablaba con su amigo Roberto al teléfono. Me invadió un sentimiento de inquietud. Ya me esperaba cualquier cosa de mi novio, y sabía que no podría reprocharle nada en lo sucesivo. Mis temores se vieron confirmados cuando David volvió a la cocina y me dijo enfadado:

-Roberto dice que eres un abusón, que le exiges demasiado y que siempre le estás regañando…

Me eché a temblar, presintiendo que aquello no iba a acabar bien. Intenté defenderme tímidamente:

-Le riño porque no cumple nada de lo que le digo, y no le exijo demasiado. Solo lo que le corresponde hacer. Es que es muy vago…

-Bueno, conociéndote ya me imagino lo intransigente que eres con él. Y seguro que te pones tremendamente borde. Roberto está muy dolido, es un chico majo y siempre ha sido un buen amigo -me cortó ásperamente mi novio.

-David, de verdad, tienes que creerme, yo no… -intenté aducir desesperado.

-Bueno, basta, ¡cállate! -me interrumpió él. Inmediatamente enmudecí. Él continuó: -como se ve que no aprendes a tratar bien a la gente, he querido solucionar este asunto con él. Le he dicho que a partir de mañana le obedecerás en todo lo que te diga. Y más vale que lo hagas, ¿de acuerdo? Así podréis entenderos…

-Sí, David -asentí, mientras se me caía el alma a los pies. No entendía como mi novio, habitualmente tan amable y dulce, podía estarse volviendo tan severo conmigo, y, sobre todo, cómo no era consciente de las consecuencias que podía tener lo que acababa de ordenarme. Supuse que en parte se debía al efecto de la resaca. Sin añadir más David salió de la cocina y volvió al salón, donde estuvo sesteando parte de la tarde. Por mi parte, cuando terminé en la cocina me dirigí hacia nuestro dormitorio. En ese momento no quería estar con mi novio.

Estuve mucho rato sin ser capaz de hacer nada, ni leer, ni jugar… solo podía pensar aterrorizado en lo que se estaba convirtiendo mi vida. A media tarde oí que David se levantaba. pronto vino a buscarme a nuestra habitación.

-Hey Dani, me siento un poco mejor. ¿Quieres que vayamos al cine? -me dijo entrando.

-No me apetece mucho, David… -contesté sin mirarlo, sentado en la cama.

-Bueno, podemos dar un paseo o ir a tomar algo si quieres -repuso él.

-Pues… casi que no David -seguí con la cabeza baja-. Prefiero quedarme aquí -en ese momento no me apetecía en absoluto salir a pasear con mi novio, como si no hubiese pasado nada. Sabía que podía obligarme, pero no lo haría de buen grado. Él era inteligente y enseguida se dio cuenta de lo que pasaba. Se acercó, me puso cariñosamente la mano bajo la barbilla y me hizo mirarlo a los ojos:

-¡Eh! -me dijo cálidamente-, ¿No estarás mal por el tema de Roberto? No te preocupes, le he advertido que no se pase contigo y...