Me sacrifico por un amigo (ii)

El ascensor subió despacio, como si quisiera darle tiempo a Álvaro para arrepentirse. Diego no hablaba; sólo miraba el suelo, moviendo la pierna sin parar. Cuando las puertas se abrieron, un pasillo largo y silencioso los recibió. Las paredes estaban pintadas de un beige sin alma y, al fondo, una puerta negra con una mirilla brillante parecía observarlos antes de que llegaran.
Diego llamó dos veces, cortas. El moro abrió la puerta con una media sonrisa, como si supiera exactamente qué estaba a punto de pasar. Llevaba solo una camiseta gris de tirantes y unos calzoncillos briefs blancos, impolutos que resaltaban con sus piernas morenas y peludas.
El piso olía a humedad y algo más fuerte, como cuero viejo. Pocas luces encendidas: apenas una lámpara de pie junto a un sofá d cuero negro y un ventanal cubierto por cortinas pesadas. No había fotos, ni plantas, ni nada que suavizara el ambiente; todo estaba pensado para que quien entrara sintiera que no estaba en su casa. El moro acompañó a los chicos al dormitorio.
—Diego me dijo que eras distinto a los demás. Que no te asustas fácil.
—Puede ser —respondió Álvaro, inclinándose hacia adelante—. Pero eso no significa que me guste que jueguen conmigo.
Un silencio denso llenó el salón. Diego tragó saliva. El moro giró la cabeza lentamente hacia él.
—¿Por qué no nos dejas un momento? —No era una sugerencia.
Diego dudó, miró a Álvaro, y este le devolvió una mirada rápida que decía tranquilo.
La puerta del dormitorio se cerró y Álvaro se quedó solo frente a ese hombre.
El Moro se acercó hasta el punto de que su paquete rozó el abdomen de Álvaro. El chico notaba el miembro de aquel hombre cálido. Con un movimiento rápido, cogió por el cuello al chico, lo llevó hacia la pared y lo puso de espaldas a hacia él. Álvaro estaba preparado mentalmente. No sería la primera vez que follaba con un tio que detestaba, lo difícil era poder dilatar. Solo quería que fuese rápido.
Se desabrocho el mismo los pantalones y los dejo caer, mostrando unos bóxer deportivos. El mensaje era claro: no me voy a resistir. Aquí estoy, adelante.
Al moro le encantó la facilidad con la que Álvaro se puso a su disposición. Le gustaba las maricas que se sometían a sus deseos. Pero no le iba a dar a Álvaro lo que quería tan rápido. Sin bajarse los calzoncillos, el Moro jugueteó con sus nalgas: rozó su miembro de arriba abajo hasta que se endureció como una piedra. Bajó los calzoncillos de su cachorro, dejando su culo peludo al descubierto.
-No me van los culos con tanto pelo, la próxima vez te lo depilas bien – gruñó el Moro-.
-Si no te gusta, no te lo folles.
-De acuerdo, chaval. Seguiré con Dieguito. A ese cachorro le queda ya poco por aprender. Sabe tratar muy bien a mis amigos.
Esas palabras llenaron de irá a Álvaro. Se subió sus gayumbos y se giró
-Menudo cerdo de mierda estas...