Escrito por: relato_sub
2212 palabras
Después de casi una hora mirando la pantalla, cerré Xtudr sin responder. La ansiedad me había paralizado por completo. Me repetí que era lo más seguro, lo más lógico: no alimentar una interacción con alguien que había invadido mi privacidad de esa manera. Apagué el ordenador y me fui a la cama, aunque dormir fue prácticamente imposible. Mi mente seguía repitiendo ese mensaje una y otra vez, analizando posibilidades, imaginando escenarios.
A las 4:45 sonó mi alarma como cada mañana, pero yo ya llevaba despierto casi una hora. Me levanté con una sensación de pesadez en el estómago que no tenía nada que ver con el hambre. Preparé mi batido pre-entrenamiento mecánicamente, mis manos ligeramente temblorosas derramando un poco de proteína sobre la encimera. Me vestí con mi ropa habitual, pero en el último momento decidí cambiar mi camiseta gris de Nike por una negra lisa. Un cambio estúpido, lo sé, pero me hacía sentir menos... identificable.
El trayecto hasta el gimnasio fue una tortura. Cada semáforo en rojo era una oportunidad para replantearme si debía ir. Podría tomarme un día libre, algo que no había hecho en meses. Pero la rutina es mi ancla, y romperla significaría admitir que ese mensaje me había afectado más de lo que quería reconocer.
Llegué cinco minutos antes de las seis, como siempre, y esperé en mi coche hasta ver a Miguel abrir las puertas. Entré con la cabeza gacha, murmurando apenas un saludo, y me dirigí directamente a mi taquilla. El vestuario estaba vacío, como era habitual a esa hora, pero cada ruido me sobresaltaba. Me cambié rápidamente y salí a la zona principal.
A primera vista todo parecía normal. La mujer de la elíptica ya estaba en su puesto con sus auriculares puestos. El médico aún no había llegado. Comencé mi calentamiento en la cinta, eligiendo la que miraba hacia la pared en lugar de mi habitual que daba a la sala. Mi cuerpo estaba presente, pero mi mente seguía en alerta máxima, escaneando cada rincón del gimnasio a través del reflejo en los espejos.
Fue a mitad de mi serie de press de banca cuando la puerta se abrió. No miré directamente, pero a través del espejo pude ver a alguien entrando. No era Miguel, ni el médico. Era alguien más, alguien que recordaba haber visto antes, aunque no sabría determinar donde.
Fingí concentrarme en mi ejercicio, pero mis ojos no podían evitar desviarse hacia el recién llegado. Era alto, considerablemente más que yo, probablemente rondando el metro ochenta y cinco. Su complexión era delgada pero perfectamente definida, con músculos largos y tonificados que sugerían más un entrenamiento funcional que hipertrofia. Vestía una camiseta sin mangas que dejaba ver unos brazos cubiertos de un vello oscuro y ordenado, a juego con la barba corta pero densa que enmarcaba su rostro.
Su piel tenía un tono tostado, mediterráneo, que contrastaba con uno...
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