Escrito por: Bi_e_l
824 palabras
Después de la lluvia dorada en el centro comercial, con el sabor amargo de la cerveza de Sergio, aun persistiendo en mi memoria como un recordatorio húmedo, sentí que necesitaba algo más profundo. Literalmente. Las mamadas internacionales me habían abierto el apetito por la variedad, la humillación pública me había excitado con el riesgo, pero ahora anhelaba una entrega que me rompiera desde dentro. En la app, entre perfiles de tíos buscando rollos rápidos, encontré a Raúl: 38 años, foto de manos grandes y venosas, descripción clara: "Amo en fisting. Sesiones progresivas, seguras, con aftercare. Solo sumisos serios. Límites pactados". Chateamos una semana: hablamos de mis experiencias previas (pocas en anal extremo), de palabras de seguridad ("rojo" para parar, "amarillo" para ralentizar), de pruebas de ETS recientes. Él insistía en el consenso: "No es solo meter la mano, es confianza. Te abriré despacio, hasta donde puedas". El taboo aquí era interno: el miedo al dolor, a que me destrozara el culo, pero el morbo de ser abierto como nunca me ponía la polla dura solo de imaginarlo. Quedamos en su piso en el Born, un loft con techos altos y una habitación dedicada: sling colgado del techo, mesa con lubricantes y juguetes alineados como instrumentos quirúrgicos.
Llegué nervioso, con el culo ya lubricado en casa como me había ordenado. Raúl abrió la puerta: alto, con barba recortada y ojos que transmitían calma dominante. "Pasa, Mateo. Desnúdate y túmbate en la sling". Obedecí, el cuero frío contra mi espalda, las piernas abiertas en los estribos, expuesto como en un examen médico pervertido. Él se quitó la camiseta, mostrando un torso peludo y fuerte, y se untó las manos con el primer lubricante: un gel a base de agua, fresco y resbaladizo, con olor a menta. "Empezamos suave. Relájate".
Comenzó con dedos: uno, dos, tres, girando despacio, masajeando mi próstata hasta que gemí como una puta. El dolor era mínimo al principio, solo una presión placentera que me hacía gotear precum. "Buen chico... siente cómo te abro". Cambió a un lubricante más espeso, J-Lube mezclado con agua, gelatinoso y duradero, que chorreaba por mis muslos. Metió cuatro dedos, empujando el pulgar dentro, formando un cono. Ahí empezó el estiramiento real: ardor en el anillo, como si me quemara, pero mezclado con ondas de placer que me recorrían la polla. "Amarillo", dije jadeando, y él ralentizó, masajeando el exterior con la otra mano. "Bien, respira. Eres mío ahora".
Pasamos a juguetes: primero un plug mediano de silicona, negro y venoso, que metió y sacó rítmicamente hasta que mi culo se abrió más. Luego uno más grande, de 8 cm de diámetro, con vibración. Lo untó con un lubricante aceitoso, a base de silicona, que no se secaba y hacía todo resbaladizo como aceite. El dolor se intensificó: un fuego interno que me hacía gritar, pero cada vibración golpeaba mi próstata y me pon...
Capítulo 3: El Puño de la Confianza
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