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Capítulo 1: El Coleccionista de Sabores

Escrito por: Bi_e_l

2 días
1065 palabras

Después de esa noche, en "El Sótano", con la boca todavía sabiendo a Iván y el morbo del baño público latiéndome en las venas, no pude parar. Me desperté al día siguiente con una resaca de deseo, no de alcohol. Carlos, mi ex, siempre me había acusado de ser pasivo, pero ahora veía que era más: era un explorador, un cazador de sensaciones que me hicieran sentir algo más que la rutina de Barcelona. Instalé una app internacional –de esas que conectan tíos de todo el mundo, con banderas en los perfiles y filtros por origen–. La idea surgió de golpe: quería probar pollas de diferentes nacionalidades, como si coleccionara sellos, pero en lugar de papel, era semen y sabores. No era solo por el sexo; era por sentirme conectado a algo más grande, por romper la burbuja de mi vida diaria. Cada encuentro sería un riesgo –quedar con desconocidos, exponerme–, pero eso era lo que me ponía: el taboo de lo desconocido, el miedo a que saliera mal mezclado con el placer de que saliera bien.

Empecé con un latino: un colombiano de 30 años llamado Andrés, que vivía en el Raval. Su perfil gritaba pasión: fotos de torso desnudo, bronceado, con una sonrisa que prometía fuego. Quedamos en su piso, un cuchitril con posters de Shakira y olor a café fuerte. "Ven, papi, te voy a dar lo que necesitas", me dijo nada más abrir la puerta. Me empujó contra la pared, me besó con lengua voraz, sus manos bajando directas a mi bragueta. Me arrodillé sin que me lo pidiera –el instinto sumiso ya despierto–, y saqué su polla: morena, curvada hacia arriba, con venas gruesas que palpitaban como un ritmo de salsa. La lamí despacio, saboreando el salado inicial, pero él no quería lentitud. Me agarró la cabeza y empezó a follarme la boca con embestidas rítmicas, profundas, como si bailara dentro de mí. "Así, mámamela toda, puto". Gemía en español con acento bogotano, insultos cariñosos que me ponían más burro. Su semen llegó rápido, chorros calientes y espesos, con un sabor dulce-amargo, como panela derretida. Tragué todo, jadeando, mientras él me revolvió el pelo y se rio: "Buen chico, ¿quieres más?". Salí de allí con las rodillas flojas, el riesgo de haber ido a casa de un desconocido latiendo en mi pecho. Me sentía vivo, conectado a esa pasión latina que yo nunca había tenido.

El siguiente fue un asiático: Kenji, un japonés de 26 años en Barcelona por estudios. Su perfil era discreto, fotos de cara seria, cuerpo delgado pero definido. Quedamos en un parque del Eixample al atardecer –riesgo público, pero controlado–. Me llevó a un banco apartado, detrás de unos setos. "Sé preciso", me dijo con voz calmada, casi fría. Se bajó los pantalones deportivos y sacó una polla recta, lisa, no muy larga pero dura como el acero. La mamé con cuidado, siguiendo sus instrucciones: "Lento, gira la lengua aquí... ahora succiona fuerte". Era como una lección de arte marcial, controlado, medido. ...
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Capítulo 1: El Coleccionista de Sabores

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