Escrito por: Bi_e_l
715 palabras
La serie, "El Libro de las Rendiciones" constará de un prólogo y 10 capítulos, donde nos iremos sumergiendo en diversas situaciones e intentaremos profundizar en su psicología. Espero que os guste
Capítulo Preparatorio: El Despertar en el Bar
Me llamo Mateo, y hasta esa noche, en el bar "El Sótano" de Barcelona, creía que mi vida sexual era solo un eco aburrido de lo que podía ser. Tenía 28 años, un piso compartido en Gracia con vistas a un patio interior donde el sol apenas entraba, y un trabajo de diseñador gráfico que me mantenía pegado a la pantalla hasta las tantas. Mi ex, Carlos, me había dejado hacía tres meses con una frase que aún me quemaba: "Eres demasiado pasivo, Mateo. No das nada". Pasivo. La palabra se me clavaba como un clavo oxidado. En la cama, sí, lo era: me gustaba que me follaran fuerte, que me agarraran del pelo, que me dijeran qué hacer. Pero en la vida, era todo lo contrario: independiente, cabezota, siempre planeando. La ruptura me dejó un vacío que no sabía cómo llenar. Empecé a salir más, a descargar apps, a coquetear con tíos en bares. Buscaba algo que me sacara de esa rutina gris, algo con riesgo que me recordara que mi polla y mi culo no eran solo para pajas solitarias.
Esa noche de viernes, el bar estaba a reventar: luces rojas parpadeando, olor a sudor y cerveza, música techno retumbando en las paredes de ladrillo visto. Yo llevaba un vaquero ajustado que me marcaba el paquete y una camiseta negra que dejaba ver los tatuajes en los brazos –nada extravagante, solo líneas abstractas que había diseñado yo mismo. Me acerqué a la barra, pedí un gin-tonic y escaneé el local. Ahí estaba él: un tío de unos 35, alto, con barba de tres días y una camiseta que se le pegaba al pecho musculoso. Se llamaba Iván, según me dijo después, pero en ese momento solo era ojos oscuros clavados en mí desde el otro lado de la barra.
Nos miramos un rato, el clásico juego de "te veo, me ves". Al final, se acercó, me puso la mano en la cintura sin pedir permiso y me susurró al oído: "Te he visto mirando. ¿Quieres algo?". Su aliento olía a whisky, y su mano bajaba despacio hacia mi culo. El bar estaba lleno: tíos bailando, riendo, besándose en las esquinas. Nadie prestaba atención, pero el riesgo estaba ahí –cualquiera podía girarse, ver cómo me dejaba tocar en público. Asentí, la polla ya medio dura. "Sí", dije, voz temblorosa. Me llevó al baño, un cubículo estrecho con grafitis en las paredes y un olor a pis y desinfectante que me ponía más burro.
Cerró la puerta, pero no con llave. "Siéntate", ordenó, señalando el inodoro. Me senté, las rodillas temblando. Se sacó la polla –gruesa, venosa, con la cabeza ya húmeda– y me la puso en la cara. "Chúpamela, puto". La palabra me golpeó como un latigazo, pero en vez de enfadarme, me excitó. Abrí la boca y me la tragué hasta la garganta, babas cayendo mientras succionaba como un hambriento. Él ge...
Prologo: El despertar en el bar
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