Escrito por: 42Daniel
581 palabras
Al llegar a cierta edad, como yo, después de una vida con bastantes desengaños amorosos, la vida sexual se reduce y tampoco los ligues mediante apps y demás, son muy abundantes o satisfactorios.
Así que las fantasías y la autosatisfacción, es lo más recurrente.
Con alguna excepción, claro.
Rick, como se hacía llamar, pasaba muchos días por delante de mi casa de camino al gimnasio. Su cuerpo ya no era tan perfecto como 10 años atrás cuando lo conocí, pero aun llamaba la atención por sus anchos hombros y su culito respingón.
Entonces había estado unas semanas en mi empresa como “chico de los recados” cumpliendo con algún tipo de trabajo social, supongo que por asuntos de drogas o pequeños hurtos, cosas menores, parece. Y coincidió que lo vi desnudo, en todo su “esplendor” un día de los que frecuentaba la playa nudista cerca de mi ciudad.
Nos saludamos aparentando naturalidad, pero no me pasó desapercibida su “desaparición” con uno de los habituales del lugar. En mi empresa, al vernos diariamente esas semanas, su sonrisa cómplice parecía una declaración de intenciones. Naturalmente, no di pie a nada, pues yo tenía pareja entonces y, además, no conviene según el refrán.
Ahora, ¿podía ser distinto? La oportunidad llegó, claro, al cruzarnos un día cuando yo volvía del trabajo y él salía del gym. Nos reconocimos, nos saludamos. Y Rick volvió a utilizar su sonrisa provocadora para preguntarme por mi trabajo en la empresa , y también, aunque estábamos en pleno diciembre, si continuaba bajando a la playa nudista alguna vez.
Contesté amable y también lo fui para preguntarle a él, y explicarle la proximidad a mi apartamento.
“Vengo a mil del gimnasio, ¿sabes? Entonces me quedé con las ganas de follarte...y ahora podríamos subir y te haría una buena follada”.
No sabía qué responder. Por muchas fantasía que yo tuviera, no me esperaba algo tan directo.
Subimos. Y todo fue muy rápido. “Hoy no te voy a cobrar”, me dijo, y empezamos a desnudarnos antes de llegar al dormitorio. Estaba clara su autocomplacencia con el buen cuerpo que aun tenía, y le seguí el juego para excitarlo más. Me arrodillé y le lamí los pies. Se complacía. Me entretuve lamiendo las piernas hasta llegar a los huevos, colgones, como los recordaba.
“Sabía que eres un buen perro lamedor y quiero que disfrutes antes de que te la meta, porque estoy a tope y me voy a correr a la primera empotrada”. Y era verdad: su polla no podía estar más dura. La saboreé y la babeé antes de tragarla hasta que chocase con mi garganta.
Pero la sacó en seguida y él me colocó en cuatro, sobre la cama, en la orilla. Con algo de saliva empezó a meterla, poco a poco pero con precisión. Cuando me dio la primera nalgada, le animé diciendo que me gustaba notar su fuerza, sus manos.
“Eres un cabrón”, me dijo, al tiempo que me cachet...
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