El Agujero Negro - Parte 1 - Aventuras en el Glory Hole, o El Negro del Narciso

"Porque me gusta mamar pollas", le dije al dueño de la sauna Narciso. "Por eso lo hago tan bien".

El hombre de mediana edad, con entradas en el pelo, pero con vello ensortijado asomando por su camisa a cuadros, me miró en serio por primera vez. Era la primera vez que iba a un establecimiento gay de esta clase, antes había hablado de un modo un tanto tentativo, cohibido. Pero tras beber un chupito, me fue más fácil hacer que mi deseo sexual hablara por mí, y me dije, qué diablos: yo he venido aquí para hacerme follar.

No resultándome familiar este tipo de ambiente, no sabía manejarme en este lounge bar semioscuro, con algunos silenciosos clientes mirándose unos a otros con el rabillo del ojo. La llamativa decoración, las luces atenuadas, los grandes cuadros con estilizados hombres musculosos, la barra del bar en la que me apoyaba, hablando con el propietario, que ejercía de barman esta noche.

Le había preguntado, tímidamente al principio, sobre la sauna, y particularmente sobre los glory holes. "Pues muy fácil, vas allí, te sacas la polla, la metes por un agujero que esté ocupado..." "No, quiero decir qué hay que hacer para estar dentro, o sea, quiero decir para chupar, vamos...". Pues sabrán mis sufridos lectores, que es el placer de mi vida chupar pollas de todas las formas y tamaños, y había resuelto que me lanzaría al vacío, con tal de dar placer con mi servicial boca a cuantos hombres pudiera, a cambio de su lefa caliente.

"Te gusta, eh? Eso me gustaría verlo. Tienes buenos labios...", dijo el dueño, el pulgar de su mano derecha acariciando aquello que había alabado. Su mano izquierda, bajo la barra, sobaba su paquete, no sin antes echarse ligeramente atrás, para dejarme verlo. Le miré directamente a los ojos, con una leve sonrisa. Intenté con todas mis fuerzas transmitirle por telepatía la palabra "Sí".

Ignoro lo que los taciturnos clientes pensaron de la escena que siguió: el barman soltando el pestillo de la barra, el gordito apoyado en la barra pasando detrás de ella y cerrando tras de sí, y aparentemente bajando por una escalera al sótano del local, ya que su cabeza desapareció debajo de la barra, justo delante del camarero. La verdad es que estaba consiguiendo que dejara de importarme lo más mínimo.

Apoyé mi mejilla contra la tela tejana del pantalón del barman, mirándole a los ojos con mi más dulce expresión de puta. Mis labios tentaron el bulto del pantalón. Mis dientes intentaron juguetonamente tirar de su cremallera, sin lograrlo del todo. Pronto él me ayudó, desabrochando cinturón, botón y cremallera. Sus slips emanaban un olor a sudado, el turno debía de haber sido largo allí de pie. El olor a sucio sólo aumentó mi deseo, comencé a tirar de la goma del slip con los dientes para retirarla, mis manos apoyadas en sus fuertes muslos...

Fue tan repentino su movimiento al bajarse el calzón, y tan cercana es...