UNAS ZAPATILLAS, POR FIN (4/4)

Madrid, 2025.
Algunos vecinos lo miraron extrañados al salir del portal de Mario. Con la mirada perdida, sin rumbo, ajeno a lo que lo rodeaba, chocó con varias personas. Chocó con una farola, paró. "Pero si ... ¡ Por fin! Si las llevaba en la mochila..." La abrió. Hundió la cabeza, aspiró fuerte. Las acarició. Cerró la cremallera y continuó caminando. Cuando llegara a casa...
Por fin, desde aquel vestuario, había conseguido las zapas de un macho. Sintió una punzada en el pecho: las veces que Mario lo había azotado con ellas.
No podía esperar hasta casa. Las sacó. Ni él mismo supo, ni tuvo tiempo después, de pensar de dónde le nació la absoluta necesidad de entregarse a ellas para siempre y desde ya. Ató los cordones de ambas y se las colgó del cuello.
Continuó con ellas sobre el pecho. Su olor le embriagaba, las acariciaba, las miraba, jadeaba.
El conductor del autobús declaró que aquel chico apareció de la nada. Aquellos que esperaban el semáforo corroboraron su declaración. Un hombre, desde la acera contraria, vio cómo su mochila se le cayó sin que él pareciera cruzar como . Una señora gritó presa del pánico. El personal de la farmacia salió corriendo pero nada se pudo hacer por aquel joven que yacía con unas zapatillas llenas de sangre atadas al cuello.
Es de suponer que, días después, cuando alguien comentó delante de él que "un chaval que venía de entrenar" había muerto atropellado por un autobús dos calles más abajo, a Mario ni se le pasara por la cabeza pensar en Rubén.