Quebrando a un hetero (cap2)

El cuerpo de Eric dolía como si hubiera sido arrastrado por una corriente demasiado fuerte. No sabía por qué. No sabía cómo. Solo sabía que se había despertado con un nudo seco en la nuca, un temblor constante en los muslos, completamente sudado y con una sensación insoportable de que algo —algo grande, algo físico— le faltaba y no sabía nombrarlo.

Se incorporó en la cama, respirando hondo.
La habitación era la suya.
Todo estaba donde debía estar.
Su medalla juvenil de remo en la pared, las zapatillas en el suelo, el olor familiar a madera y colonia.

—Tranquilo, todo esta bien.

Tenía que repetírselo. Tenía que creérselo.

Lo de anoche —fuera lo que fuera— había sido una mala pasada, una alucinación, una reacción a algo que le habían puesto en la copa… Él no podía haber estado en una cama con un tío. Ni podía ser real lo que vio en el vídeo. Él era hetero. Tenía novia. No le gustaban los hombres. Él era Eric Soler, el chulito del club, el que ligaba sin esfuerzo, el que no miraba tíos porque no tenía por qué mirarlos.

Pero cada vez que intentaba bloquearlo, un flash le cruzaba detrás de los ojos. Una piel ajena. Un olor a colonía fuerte. Un gemido masculino demasiado cerca de su oído.
Fue directo al lavabo y abrió el grifo con torpeza. Se echó agua fría en la cara como si así pudiera borrar la memoria. O ahogarla.

No funcionó.

Solo le dejó la piel más despierta.

—Entrenar —murmuró—. Necesito entrenar.

El entrenamiento siempre había sido su zona segura. Su estructura. Su identidad. Si algo iba mal en su vida, tiraba de remo.
Hoy necesitaba todo eso multiplicado por diez.

Se vistió casi sin pensar. Pantalón de compresión, camiseta técnica, sudadera. Notó un hormigueo extraño al ponerse la ropa: como si su piel reaccionara al roce de la tela con demasiada sensibilidad. Como si estuviera… encendido.

Ignoró la sensación.
Salió hacia el club.

Cuando entró al hangar de remo, el olor a humedad, madera, a sudor y a magnesio le proporcionó un alivio inmediato. Aquí las cosas eran simples: fuerza, técnica, disciplina. Nada más. Nada complicado.

Estaba estirando cuando oyó un golpe rítmico y potente: el sonido inconfundible de alguien tirando fuerte del ergómetro. Giró la cabeza.

Su compañero estaba allí. Lucas. El mejor del equipo. El más fuerte. El más admirado. 23 años, cuatro más que Eric. Negro, piel oscura brillante bajo las luces industriales. Ojos claros, de un azul improbable. Hombros inmensos, espalda tallada como si hubiese sido diseñada para remar y nada más. Mandíbula cuadrada, labios gruesos. Un portento físico. El referente de todo el club.
Y hetero hasta la médula.

—Buenos días —dijo el compañero, sin dejar de remar, con la voz algo áspera.
...