DE KINKY A ESCLAVO CAPÍTULO 16: Un día en casa

¿Cómo era un día en casa, que horarios me había puesto el Amo? ¿Qué cosas tenía que hacer? Desde que me vine a vivir con él. ya me dejó más claro todavía. por si aún no lo tenía claro. que mi vida a su lado no iba a ser la de un chico normal. Sino la de un vulgar perro y esclavo. A mí no me importaba de hecho ya me gustaba aquella vida que estaba teniendo. Me sentía protegido y cuidado a pesar de que ese día sentía ganas de usarla (¿Ya sabes a que me refiero verdad?). La miré y la cogí con mi mano derecha. Echaba de menos las pajas y quizás si lo hacía bien el Amo me dejaría descargar.
A las 8 me levanté. No porque lo haya decidido yo. El Amo me había instalado una aplicación que me daba instrucciones cuando no lo hacía directamente el. Tenía una serie de alarmas que él había definido para organizar mi día a día. Todos sus esclavos la tenían, aunque las reglas cambiaban según quien. Los chicos de fuera (que no Vivian con el), estaban geo localizados permanentemente, por ejemplo. Me duché rápidamente y bajé escaleras abajo para preparar el desayuno. Para el Amo, café solo, un bote de mermelada con pan y mantequilla y un zumo de Naranja que acababa de exprimir. Bien colocado y preparado en una bandeja. Para mí en un bol. leche y una galleta, tenía la orden siempre de desayunar antes que el Amo. Para cuando él lo hiciese, estar a su disposición por si necesitaba algo, yo permanecía firme, o a 4 patas lamiéndole los pies como alguna mañana me ordenaba. No tenía tiempo estipulado. Después me mandaba recoger el desayuno y dejarlo todo limpio.
A las 08:30 el Amo se subía a terminar de vestirse y arreglarse mientras que a mí en ese tiempo me mandaba hacer sentadillas y flexiones. Cada día contándolas en voz alta, y grabándolas en el móvil para así dejar constancia, cada semana que pasaba el Amo aumentaba la cifra y yo iba cada vez más cómodo haciendo el ejercicio físico. Si acababa antes de la hora, el Amo me ordenaba que me pusiera de rodillas, con las manos en cruz contando también en voz alta hasta que el bajase y pusiese su mano sobre mi cabeza como señal de que podía parar, una mañana llegué a contar hasta 276, ese fue el récord.
A partir de ahí empezaba la tarea. El Amo me ordenaba barrer y fregar toda la casa. A consciencia. Mientras él se sentaba en la mesa del comedor, con su ordenador a revisar cosas suyas laborales. La casa era muy grande con lo que me llevaba bastante tiempo, no menos de una hora, todos los días.
Después de aquello, tocaba hacer las camas y poner la lavadora con la ropa sucia que había. Aunque el Amo me ordenó expresamente limpiar sus calzoncillos a mano. Me encantaban los calzoncillos del Amo. Antes de lavarlos no podía evitar la tentación de olerlos. Ese olor corporal del Amo me fascinaba. Una mañana, me sorprendió haciéndolo. Tenía vara en mano. Me azotó en el culo por tal cosa.
Ah-me quejé
¿Qué haces? -me pregunt...