El Entrenamiento (Parte IX)

IX.-

Cuan estaba sucio, con polvo pegado, piel reseca, sin fuerzas, casi sin poder reaccionar. El Verdugo, entonces, ordena a los esclavos mexicano y argelino que comience a lanzar agua con mangueras al cuerpo del castigado. Son chorros potentes y despiadados, que le golpean con fiereza, pero que, como aspecto positivo, permite que el castigado despierte de su modorra, se active y estimule. Son largos 10 minutos que lo reaniman. Esta listo para continuar.

Le quitan las pinzas de las tetillas, que le hacen elevar el cuerpo, quedando en la punta de los pies, es un esfuerzo por contener ese dolor espantoso y devastador.

No le quitan el peso de las bolas, más bien se lo aumentan. Estas se alargan y duelen aún más, con un dolor que llega hasta el centro del estómago. Parece que las bolas se van a desprender del cuerpo y se le producen intensas náuseas.

Pero no hay piedad con el esclavo.

Lo dejan solo bajo el sol, con las bolas colgando tres kg de peso, la araña en la boca y el grueso, alto e incomodo collar al cuello. Lo dejan solo para que internalice el tormento, para que sienta como se estiran sus tendones y se tensen sus músculos, para que la espalda y las extremidades profundicen el dolor que le abruma, para que su respiración siga agitándose y dificultándose, para que el hambre y la sed le apremien adicionalmente.

Se siente agobiado, cree que va a desmayarse, se le confunde todo, no controla a su propio cuerpo, le arden los ojos, le duelen las mandíbulas, el cuello parece que va a romperse, las bolas parecen cortarse, las piernas no responden y tiene adormecidos los brazos. Siente un calambre en su brazo derecho, duele, duele, mucho. Quiere gritar, no puede, no tiene fuerza.

Es una miseria, una basura, un despojo. Todo aquello que había soñado es una pesadilla que está viviendo en toda su intensidad.

Pasa una hora, quizás la más dura hasta ese momento, quiere que todo termine, ya no aguanta más, quiere hacer una señal, algo que permita que lo liberen, pero no puede, esta prisionero e incapacitado para ejercer ninguna acción.

Vuelve el Verdugo, lo examina, le agita el peso en las bolas, le golpea las tetillas con una fusta, le toma la cara, le escupe, una y otra vez. Cuan se siente un ser mínimo, devastado aya no tiene voluntad.

Con el verdugo vienen los esclavos mexicanos y argelino. El Verdugo les ordena asestarle golpes de puño en los abdominales. Ambos obedecen y comienzan a darle intensos y certeros golpes en el centro y costado del vacío estómago del esclavo irlandés.

Nunca le habían aplicado ese castigo, no sabe cómo aguantarlos, aparte que no tiene fuerza. Cada golpes es demoledor, se acentúan sus nauseas y le surge un intenso deseo de vomitar, pero no logra expulsar nada, pese a los espasmos. Cada golpe lo debilita aún más. Tiene el abdomen rojo y con una sensación que le agobia.