El Entrenamiento (Parte IV)

IV.-

Entraron a la sala dos indígenas, que sin hablar ni mirarlos procedieron a lavarlos minuciosamente, aplicarles aceites, regalarles el vello púbico, depilarles las axilas a ambos y calzarlos unos trajes de baño de competición, azules con rayas verdes, y un collar de cuero negro muy alto, con remaches de hierro, que lo hacían más pesado e incómodo.

A las 21:00 horas, el Verdugo les esposo y los condujo hasta el salón principal de la casa, donde estaba Herr Karl esperando, sentado en un mullido sofá, con los pies reposando sobre la espalda de un esclavo, mientras otro, a un costado, le sostenía un trago.

El Verdugo los instaló frente al Amo, en el otro extremo del salón, a unos 5 metros de él. Entre ellos y el Amo había un espacio vacío. Solo se escuchaba el sonido del Amo cuando veía un sorbo del trago, todo lo demás parecía suspendido.

Herr Karl hizo un chasquido con los dedos y el Verdugo, con una orden breve y precisa ordenó que todo iniciara: ingresaron por la puerta centra de la sala dos esclavos: AR-3 y M-5, el argelino y el mexicano, de unos 178 cm el primero y un poco más alto el segundo, ambos con el pelo muy corto, que llevaban tatuado su nombre en ambos brazos, musculares, atléticos, completamente depilados, luciendo ajustados bañadores de látex, como única vestimenta, que marcaban sus genitales y culos, redondos y levantados. Ambos ingresaron y se dirigieron donde Herr Karl y besaron sus pies.

- Ya de pie, con la vista en el suelo, manos en la espalda y piernas separadas, el Amo preguntó:

- ¿Quienes son ustedes?
- ¡Sus esclavos, Señor?
- ¿A qué vienen?
- ¡A complacerle, Señor?
- ¿De qué forma?
- ¡De la que Usted disponga, Señor?
- Bien, que el Verdugo haga lo que debe hacer.

El Verdugo se acercó y separó a los esclavos y los puso uno frente al otro, de tal forma que Cuan y el griego dejaron de ver parte de las espaldas de los esclavos.

- Los dos perros, levanten la vista - ordenó el Verdugo, dirigiéndose a Cuan y el griego.

Ambos obedecieron y Cuan pudo por fin ver el rostro del Amo. Le pareció ver la encarnación de la Autoridad: esa cara proyectaba poder y se sintió completamente atrapado.

- Vamos a comenzar, ¿están listos los esclavos? - preguntó el Verdugo
- ¡Sí Señor! - respondieron ambos.
- Bien, hoy serán tetillas, azotes y fuerza - sentenció el hombre, mirándolos con esa una expresión malévola.

Cuan miraba casi sin parpadear, profundamente concentrado, con un libre temblor que denotaba la tensión del momento. Estaba nervioso, expectante y también excitado.

El Verdugo cogió pinzas metálicas, con puntas dentadas, que al abrirlas y luego cerrarlas sobre las tetillas, hacían que sus puntas penetrasen la carne generando ese dolor profundo y desgarrador, que destruye a los sumisos y logra el placer en l...