El Entrenamiento (Parte II)

II.-

En la sala principal de la villa, que colindaba con el amplio patio interior, con una fuente de agua y rodeado de plantas trepadoras, le esperaba Herr Karl.

Era el dueño de todo, tenía todo el poder en sus manos y ya no gozaba de la vida. Era el dueño de un enorme laboratorio farmacéutico alemán, que valía algunos pares de miles de millones de dólares, pero había dejado el control del mismo a su sobrino y ya ni se preocupaba del negocio. Tampoco hablaba con su hermana. Su esposa había fallecido muy joven y su único hijo había muerto por una sobredosis.

Perdió el interés por todo y lo único que lo mantenía vivo era ver jóvenes bellos, tenerlos a su disposición, para su goce y uso. No tenía límites en ello. Pero no les gustaba que le hablaran o alagaran, sólo que le sirvieran y obedecieran. Llevaba más de cinco años en ello.

Había empezado sólo buscando jóvenes, principalmente alemanes y eslavos, pero le resultaba cansador y muchas veces decepcionante. Y cómo tenía dinero, prefería que otros hicieran eso por él.

Tampoco le gustaba que el Estado se entrometiera en sus deseos y gustos. Estaba aburrido de su país, le recordaba todo a su destruida familia y decidió comprarse una enorme hacienda en México, que fue convirtiendo en su guarida. No recibía visitas, no invitaba a nadie, ni siquiera a su sobrino y hermana, cuando tenía que conversar con ellos, viajaba a Alemania y regresaba.

Pero si tenía jóvenes a su disposición, varios al mismo tiempo. No deseaba tener sexo con ellos, no disfrutaba de aquellos. Su goce era castigarlos, humillarlos, someterlos, degradarlos, verlos entrenar, servir, ser castigados, reducidos a animales, convertidos en nada.

Había algunos que prefería sobre otros: aquellos entre 23 y 26 años, tratando, quizás, de asimilarlos a su hijo, fallecido a los 25 años.

Y para lograr sus fines gastaba sumas importantes de dinero: en tener un grupo de hombres sin escrúpulos y con una obediencia ciega a su persona, en tener a cerca de 15 sirvientes, todos indígenas mexicanos y a una empresa de seguridad que vigilaba los lindes de la hacienda, haciéndola impenetrable.

Y sus ayudantes eran principalmente tres: el los llamaba Cazador, Verdugo y Entrenador.

Cazador era un inglés de 30 años, que era un empleado fiel, que le buscaba y recolectaba potenciales sumisos para llevárselos. Por algunos pagaba, otros eran convencidos y varios llegaban engañados. El Herr le daba suficiente dinero, con él recorría el mundo, se alojaba en los mejores lugares, participaba en eventos sociales, era un verdadero socialicé y podía llegar a todos los ambientes y lugares. Iba anotando a cada potencial candidato, lo analizaba y lanzaba el señuelo para ver cuántos caían en la trampa. La cosecha no era mala.

Verdugo era mexicano, un verdadero perro sin sentimientos, impecable en las ó...