El Entrenamiento (Parte I)

I.-


Al cruzar el portal de la villa, Cuan se fijó en la sentencia que estaba escritas en la piedra que ornamentaba la entrada: Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate.

No supo hasta mucho tiempo después lo que ello significaba ni su origen. Más le valía.

Había llegado hasta ahí después de un tortuoso recorrido personal, pero también literal. Irlandés de Dublín, empleado bancario, de 25 años, no fue hasta en Londres donde tuvo la cita que lo trajo hasta acá, hace ya varios meses atrás.

Cuan era un alma atormentada, que no encontraba propósito en la vida, que detestaba a su familia y trabajo. Se sentía un fracasado, sin animo de lucha. No tenía logros que exhibir. A los 17 años había descubierto la excitación de ser sumiso, pero nunca se atrevió a hacer nada relevante. Citas decepcionantes, personajes patéticos y una sensación de comedia barata y de mal gusto lo habían llevado a alejarse de ese tipo de contactos, pero sus fantasías de ser dominado no le dejaban. A los 23 años, se atrevió a asistir a una fiesta rubber en Londres. Fue solo, como un acto de desafío personal. Lo que allí vivió le marcó para siempre.

Sintió el poder de la dominación, vivió su condición de sumiso, perdió el control y se libero en su condición de sometido e inferior. Cada vez que pudo, volvió Londres y participó en más de 6 eventos fetichistas, sin arrepentirse y en cada ocasión, avanzando más en su conocimiento, experiencia y decisión.

El último evento fue el más intenso y en él terminó en un sling siendo follado por dos hombres que no conocía. Fue al terminar esa fiesta, ebrio y drogado, que un hombre joven y guapo de unos 30 años seguro y de porte imponente se acercó y le invitó a tomar un café y luego acompañarlo hasta su alojamiento.

Hablaron poco, pero mientras caminaban al alojamiento, el hombre preguntó a Cuan:

- ¿Quieres vivir una experiencia de sumisión real?
- ¿Cómo sería eso? Suena interesante.
- Si te interesa, puedo darte más detalles, pero una de las condiciones es mantener la reserva y la discreción y no relatarte todo lo que sucederá.
- Me da un poco de miedo, la verdad.
- Te he estado viendo hace mucho tiempo y sé que eres un sumiso.
- Lo soy.
- Te aseguro que todo será seguro y nunca experimentarás nada que no puedes soportar. Te lo puedo garantizar.

Quedaron de seguir conversando e intercambiaron correos electrónicos y números de teléfono.

Al volver a su rutinaria vida de empleado bancario, Cuan no pudo olvidarse de la oferta y fue él quien fue el que mandó un correo electrónico pidiéndole conversar sobre el tema.

La respuesta no tardó en llegar, pero a Cuan le resultó demasiado intensa: estar 15 días en sumisión total, sin derechos ni escapatoria, entregado totalmente ante un dominante. Ni siquiera respondió y trató de ...