Findom: cuando el papi es el mantenido

Parte 1: El Encuentro que lo Cambió Todo

Álvaro tenía 54 años, un hombre de presencia impecable que vivía en un amplio ático en el barrio de Salamanca, en Madrid. Era consultor financiero independiente, con una agenda llena de clientes adinerados y una cuenta bancaria que no conocía preocupaciones. Pero su verdadero placer no estaba en acumular más riqueza, sino en ejercer un control sutil, elegante, sobre hombres que voluntariamente se rendían a él. Le gustaba la dominación financiera: ese juego de poder donde el dinero fluía de las manos de un sumiso hacia las suyas, expandiendo límites con calma, sin gritos ni insultos, solo con una sonrisa serena y una mirada que decía "sé exactamente lo que necesitas".

Pedro, por su parte, acababa de cumplir 30. Trabajaba como administrativo en una empresa de logística en Valencia, con un sueldo decente pero siempre ajustado a final de mes. Lo que realmente lo excitaba era la humillación financiera: entregar su dinero a un hombre mayor, superior, que se riera de su polla pequeña, que lo azotara hasta dejarle el culo rojo, o que simplemente lo usara como un objeto de placer.

Encontró a Álvaro en un chat de findom en una app discreta. Al principio, fueron tributos pequeños: 10 euros para un café, 20 para un gin-tonic en una terraza madrileña. Álvaro los aceptaba con mensajes elegantes: "Buen chico, Pedro. Ese café sabe mejor sabiendo de dónde viene". Pedro se masturbaba leyendo esos mensajes, imaginando la vida lujosa que financiaba con su esfuerzo.Los tributos crecieron. 50 euros para una cena, 100 para un traje nuevo.

Álvaro nunca pedía de forma grosera; sugería, guiaba, hacía que Pedro sintiera que era su decisión... aunque ambos sabían que no lo era del todo. Hasta que un día, Álvaro propuso un encuentro presencial en un hotel discreto en las afueras de Valencia. Pedro aceptó, temblando de anticipación. Llegó al hotel con el corazón latiéndole fuerte. Álvaro lo esperaba en la suite, vestido con una camisa blanca impecable y pantalones oscuros, bebiendo un whisky con hielo. "Quítate la ropa, menos los calzoncillos", ordenó con voz calmada, sin alzar la voz. Pedro obedeció, arrodillándose en la alfombra. Álvaro se acercó, le levantó la barbilla con dos dedos. "Mírame. Vas a entregarme 300 euros hoy. En billetes de 50. Uno a uno, mientras te uso".Pedro sacó el fajo de su cartera, tembloroso.

El primer billete lo entregó mientras Álvaro le daba una bofetada suave, casi cariñosa, en la mejilla. "Buen chico". Otro billete, y Álvaro le ordenó masajearle los pies, descalzos y fuertes. Pedro lo hizo con devoción, sintiendo cómo su polla pequeña se endurecía en los calzoncillos. Más billetes: uno por cada azote en el culo, uno por cada risa de Álvaro al ver su "polla de niño". "Mira qué patético eres, Pedro. Pagando por esto".

Pero no era cruel; era protector, como un padre que corrige...