LA PRÓRROGA ( 2/2 )

- ¡Cómo la mamas, maricón! - me dió una bofetada mientras mamaba-. Sigue, sigue, cacho puta. Hazlo bien si no quieres que arreo otra hostia.
- Me pone muy guarra que me den, tío - me saqué su rabo de la boca solo para decirlo y volví a metérmelo.
- ¡Buena perra estás hecho! - me regaló el cumplido. Sonó la puerta. Entraron 2 hablando. Me hizo el gesto de callar. Seguí en silencio hasta que se marcharon.
- ¿Quieres que te dé la leche? - dijo sacándola y pajeándose con fuerza -. Toma, maricón, tómala.
Se corrió. Se la sacudió. Abrió la puerta y se fue.
Tardé un poco en salir. Ni los miré. Me acerqué a la barra y pagué. Y de repente, alguien me tocó en la espalda.
- Mi amigo me ha dicho que no deje pasar la oportunidad... - me sonrió Juanma-. Nacho, ponle otra copa a mi vecino. Lo invito.
Di dos o tres tragos mientras él volvía a su mesa y recogía lo que yo ya sabía. Me hizo un gesto con la mirada y lo seguí. Había dos tipos en sendos urinarios pero el tal Juanma no dudó en empujarme dentro de la misma cabina de antes. Le hice un gesto señalando hacia fuera. Los de los urinarios nos habían visto entrar juntos y el sonido del cerrojo y...
- Me suda la polla " tó Dios" - me susurró-. Tú calladito.
Extendió un par de rayas. Me ha dicho mi colega que la comes mejor que las tías.
Me arrodillé y volví a demostrarlo. A los pocos minutos, se agachó y me propinó un par de azotes en el culo.
- También dice que te mola que te den, puto maricón - me insultó sin bajar la voz.
- Tío, a ver si nos oyen y... - el miedo a ser descubiertos era lo que no me dejaba disfrutar del todo.
- ¡Bah! Ni te preocupes. Levanta, levántate. Date la vuelta - me ordenó -. Sujétate a la taza. Y, si no quieres que te oigan, no abras la boca.
Separarme las piernas y notar que frotaba su rabo arriba y abajo por mi raja, hasta que localizó el ojete, apretar hasta sentir que mis esfínteres cedían a la presión que ejercía sobre mí...
Fue un dolor seco, duro, intenso. Yo mismo tuve que taparme la boca para evitar algún quejido delator.
Igual que el engominado, acabó y se fue. Me refresqué la cara, me lavé las manos. Tres tipos entraron y yo me apresuré a salir.
Nacho, el dueño, desde la barra agitó ambos brazos para que me fijara en él. Me acerqué. Se apoyó sobre el mostrador, inclinándose hacia mí.
- Ya les he dicho a estos, pero a ti igual, la próxima vez me pedís la llave del almacén. Ahí mejor... - me dijo al oído. Luego me miró directamente -. Y a ver si, además de con otros clientes, un día tienes un detalle con el dueño...
¿El dueño estaba al tanto de...? Era de justicia, admití que el dueño se viese recompensado. Salí evitando mirar a nadie, baldosa a baldosa hasta la puerta.
Había empezado a llover. Mientras me alejaba por la acera, todo el barrio explotó en un estruendo conjunto. La sel...