Un Amo Convertido en Cachorro y Enjaulado

Otra experiencia muy rica que tuve.
Primer contacto

La notificación llegó un jueves por la noche. Perfil con foto de torso, 39 años, complexión atlética. En la descripción: "Amo activo. Me interesa dogtraining y la castidad. Busco sumisos para nuevas experiencias."

Revisé sus fotos. Andrés. Cuerpo atlético trabajado, rostro guapo, barba recortada—el tipo de hombre que claramente sabía lo que era dominar. Pero había algo en su perfil que me llamó la atención: mencionaba castidad de una forma curiosa, casi personal.

Le escribí directo: "Veo que te interesa el tema de perros. ¿Tienes mascota o solo te gusta entrenar?"

Respondió rápido: "He tenido algunos. Me fascina verlos sometidos, enjaulados. Algo en esa entrega total me atrae mucho."

"¿Y la castidad? ¿También la aplicas con ellos?"

"Siempre. Es parte fundamental del control"

Durante los siguientes días la conversación fluyó naturalmente, hablamos de nosotros, me comento que es casado— y por demas dos Amos hablando de técnicas, experiencias, filosofías de dominación. Pero poco a poco empecé a notar algo: sus preguntas se volvían más personales, más curiosas sobre cómo se sentía ser la mascota.

"¿Nunca has querido experimentar del otro lado?" le pregunté directo.

Hubo una pausa larga. Luego: "Sí. Llevo años fantaseando con eso. Quiero saber qué se siente ser reducido, ser tratado como perro de verdad. Pero nunca he encontrado a alguien en quien confíe para hacerlo, ademas que regularmente uso yo mismo castidad"

Interesante. Un Amo que se enjaulaba voluntariamente. Eso no era común.

Sonreí. Un Amo de 39 años, casado, con experiencia, queriendo arrastrarse como cachorro.

"¿Tu pareja sabe?"

"No. Él está fuera por trabajo esta semana. Sería mi única oportunidad."

"Entonces ven. Te mostraré exactamente lo que buscas."

Coordinamos todo: sábado por la tarde, lo recogería en la central de autobuses. De ahí directo a mi casa para su primera vez como mascota.

La recogida

Llegué a la central exactamente a la hora acordada. Lo vi bajarse del autobús—mochila al hombro, jeans ajustados, playera gris. Caminaba con ese aire de hombre seguro, acostumbrado a mandar. Nadie sospecharía lo que venía a hacer.

Me acerqué. "¿Andrés?"

"Sí, Amo." Lo dijo bajito, casi probando cómo sonaba dirigirse así a alguien más.

"Sígueme."

Caminamos hacia mi carro en silencio. Una vez adentro, arranqué y le pregunté casual: "¿Qué tal el viaje?"

"Bien, señor. Dos horas pero tranquilo."

"¿Nervioso?"

Tragó saliva. "Un poco. Es mi primera vez haciendo esto de verdad."

"Tranquilo. Yo me encargo de todo. Solo tienes que obedecer."

El resto del trayecto fue en silencio. Podía senti...