Mercado de esclavos: (6) El cumplimiento del contrato.

Volví a despertarme, esta vez mediante una fuerte bofetada, por un par de Demons que me condujeron al sitio de aseo. No había recibido alimento el día anterior salvo por la leche que mi Amo me había dado, pero aún así tuve que pasar por el proceso de aseo: esta vez solo tomó tres rondas antes de que me condujeran al muro del comedor. Esta vez estuve en el muro contrario, y de nuevo pasé algunas horas mirando el piso y los esclavos, Amos y Demon’s que pasaban, mientras tenía que balancear la pesa que colgaba de mis testículos. Era un sufrimiento diferente al de las tetillas; pero igual de intenso y al ver como mis bolas se hincharon y tomaban un color amoratado pensé que tal vez tendrían que cortármelas, pues seguro ya no había circulación; aunque sí había dolor; y mucho.

Esta vez sí reconocí a mi Amo Tatko. Llevaba de nuevo esa barbillera metálica y tomó desayuno dos veces. Esta vez cambió los tirantes por un arnés cruzado, de piel negra en esta ocasión. Confirmé, por la firmeza de su pecho en el almuerzo, que debía haber entrenado; ya que sus pechos y brazos se veían más definidos. Rayos; este hombre podía ser cruel como el mismo rey del infierno; pero por alguna razón me hacía sentir una mezcla de atracción, excitación y necesidad de pertenecerle. Me sorprendió que mi verga reaccionara tan solo al hecho de tenerle cerca. Devoró un trozo de carne y verduras antes de partir de nuevo. Cuando me soltaron del muro entendí que él decidía cuando debía dejar de formar parte de la decoración; lo que significaba que tal vez estaba allí por su decisión. Debido a la dificultad de la formación, otro esclavo tuvo que ser colocado en mi sitio; y mientras caminaba en cuatro con mis rodillas sin vendar esta vez, no pude evitar temblar al ver ese sitio. Una cosa era ser usado y torturado por mi Amo, pero algo muy diferente era ser solo un objeto sufriente expuesto para que una comunidad de sádicos tuviese algo divertido que ver durante su almuerzo.

…

El Amo, sentado en su sofá, disfrutaba de una copa de vino espumoso que colocaba sobre una charola de metal donde estaba también la botella. Cuando la depositaba, podía sentir la brisa de las burbujas y el olor a frutas y madera golpeando mi nariz. Cuando llegué a la sala general no había encontrado a mi Amo esperando: solo fui conducido cerca de una de las parrillas y comprendí que esta vez me tocaría ser rostizado sin que pudiera yo hacer algo al respecto. Igual sabía que no tenía oportunidad de huir.

Debo reconocer el ingenio diabólico de estas gentes. Había dos varillas que en el centro se dividían y curvaban para formar las mitades de una jaula, con algunas curvas adicionales. Me recostaron sobre una y acomodaron mis tobillos antes de cerrar con la otra detrás de mi, levantarla y colocarla en el soporte que me llevaría sobre el fuego. Dependiendo de la posición, el peso del cuerpo quedaba sostenido sobre ...