Escrit per: Cornudomxdany
1722 paraules
Capítulo 4
El hotel vibraba con la energía de las vacaciones, una mezcla de risas, música lejana y el aroma a protector solar que flotaba en el aire. Adrián y yo, estábamos en la cima de nuestra felicidad, disfrutando cada momento juntos. Las noches con Carlos y Paul habían desatado un fuego que nos unía aún más, como si explorar nuestras fantasías hubiera soldado nuestra conexión. Sentados en la terraza del restaurante, Adrián frente a mí, su sonrisa era un imán. Llevaba una camiseta sin mangas que marcaba sus pectorales definidos, y yo no podía evitar mirarlo, orgulloso de él, de nosotros. “¿Qué planes para hoy, amor?” pregunté, rozando su mano. Él se inclinó, besándome suavemente. “Lo que quieras, mientras estemos juntos,” respondió, su voz cálida como un abrazo.
Adrián guardaba un secreto que aún no compartía: su encuentro con Leo en el sauna, un torbellino de músculos y comentarios lujuriosos que seguía quemando en su mente. No era culpa, sino un morbo contenido, algo que planeaba contarme cuando el momento fuera perfecto. Sabía que nuestra dinámica me permitía disfrutar de sus aventuras, pero el haberlo hecho a escondidas le daba un sabor especial que lo mantenía expectante. Yo, por mi parte, no sospechaba nada. Cuando Adrián iba al gimnasio, imaginaba pesas y sudor, no un cuerpo esculpido llevándolo al éxtasis. Para mí, todo era ideal, nuestra conexión más fuerte que nunca.
Esa tarde, mientras paseábamos por los jardines del hotel, nos cruzamos con una familia que destacaba por su dinámica peculiar. Eran unos padres de mediana edad, algo rígidos, acompañados por un chico joven, de unos 24 años, que parecía fuera de lugar entre ellos. Tenía la tez blanca, casi pálida, y un cuerpo compacto, moldeado por el CrossFit: hombros definidos, brazos fuertes, y piernas musculosas que se notaban bajo sus shorts ajustados. Su cabello castaño estaba desordenado, y sus ojos azules tenían una mezcla de timidez y curiosidad. Los padres, con una mezcla de orgullo y sobreprotección, lo presentaron como Matías. “Es nuestro hijo,” dijo la madre, apretándole el hombro. “Está de viaje con nosotros, pero queremos que socialice más, que viva un poco.”
Matías sonrió, algo incómodo, y Adrián, siempre el más sociable, extendió la mano. “Somos Raúl y Adrián,” dijo, con esa calidez que desarma a cualquiera. “Si quieres, puedes unirte a nosotros esta noche. Hay una fiesta en el ático, buena música, tragos, ambiente relajado.” Los ojos de Matías se iluminaron, y los padres, ansiosos por empujarlo a “experimentar”, aceptaron de inmediato. “¡Eso suena perfecto!” dijo el padre, dándole una palmada en la espalda a Matías. “Ve con ellos, diviértete.” Matías asintió, todavía tímido, pero claramente intrigado por nosotros.
La fiesta en el ático era un torbellino de luces, risas y copas que nunca se vaciaban. Adrián...