Mercado de esclavos: Ingreso.

Cuando entregué mi identificación hubo todo tipo de dudas. Me dejaron esperando fuera de una oficina durante más de una hora antes del que un sujeto saliera y me dijera -Animal. Sígueme. – Sí, tal vez había llenado la solicitud hacía dos semanas, pero en el momento en que me presenté era ya mayor de edad.

Cuando la puerta se abrió me sorprendió encontrar el lugar lleno de hombres desnudos. Sus edades eran variadas, así como sus tipos de cuerpos: algunos debían ser bastante maduros. Todos ellos estaban de rodillas, con las manos sujetas a la espalda con cintillo de plástico, amordazados y con los ojos vendados. Entre ellos estaba un tipo bastante alto, corpulento y con unos brazos que debían tan anchos como muslos: Sostenía en una de sus manos una tira de lo que debía ser caucho con mango. Noté que varios de los allí presentes tenían marcas rojas en sus cuerpos: en ese momento mi cerebro de gritó “Sal de aquí ahora mismo”; pero mi calentura solo me hizo esbozar una sonrisa.

Sentí como mis manos eran sujetadas a mi espalda y escuché el crujir del cintillo de plástico, que resultó ser más ancho de lo que esperaba. Tiré un poco de él solo por probar: Era realmente resistente y sus bordes se encajaban contra la carne si se forzaban demasiado. Sentí el frío de un acero en mi cuello y después como unas manos rasgaban mi playera.

-Oiga no…

El tipo apareció frente a mi y me soltó dos bofetadas tan fuertes que casi caí al piso. - ¿No qué animal? ¡Silencio!

El tipo continuó rasgando mi ropa. No se si fue por diversión o había hecho lo mismo con todos los demás; pero cortó mis jeans y los transformó en unos shorts ridículamente cortos. Continuó retirando casi toda la parte trasera y dejó mis nalgas expuestas. -Creo que te ves bien así pendejo: toda una puta callejera. – Soltó. Sentí el filo de la navaja debajo de mi cuello; su otra mano acariciaba mis nalgas antes de apretarlas. – No se a quién le vas a pertenecer a partir de esta noche; pero si fueras mío, creo que me harías ganar buen dinero vendiendo este culito en un callejón; aunque no estás tan apretado como supiera. ¿Has estado dando las nalgas gratis, verdad pendejo? – Dijo con cierta rabia. Sentí como restregaba su paquete contra mi parte trasera. Sentí como su dedo se introducía en mi orifico. – Lástima: con ese aspecto, hubiésemos podido sacar un buen dinero a cualquiera de esos viejos que les gusta estrenar culítos; pero como ya eres una puta común. – y gritó. - ¡Demon! Quince golpes a este por hablar y diez más solo por ser una ramera calenturienta. Ve nada mas enfermo; estás temblando de miedo, pero tu verga está tiesa.

La navaja cortó mis improvisados shorts y quedé completamente desnudo. Una bola de mi propia camiseta fue metida en mi boca, y dos vueltas de cinta la aseguraron en su sitio. Lo siguiente fueron un par de parches de tela d...