EL PÉNDULO DE LA HUMILLACIÓN TOTAL

Harold contemplaba a la pareja gay desde su mesa, masticando su bocadillo grasiento con la boca abierta. Sus ciento treinta kilos de carne fofa se derramaban sobre la silla de plástico mientras observaba con odio a Álvaro y Raúl. Esos dos maricones guapos le recordaban todo lo que él nunca sería: joven, atractivo, deseado.

A sus cincuenta y seis años, Harold había coleccionado una vida entera de rechazos y humillaciones. Su micropene de tres centímetros cuando estaba duro era la menor de sus vergüenzas. Su cuerpo deforme, su cara grasosa llena de granos infectados, su olor a sudor rancio... todo en él gritaba "perdedor".

Álvaro, el madrileño de veintiún años, lucía una sonrisa perfecta mientras acariciaba la mano de su novio. Su camiseta marcaba unos pectorales que Harold solo podía soñar con tener. Raúl, cuatro años mayor y igual de perfecto, le susurraba algo al oído que los hacía reír a ambos.

"Veintidós centímetros tengo, tío," había escuchado Harold que Álvaro presumía por teléfono. "Raúl no se queja, ¿verdad amor?"

El gordo apretó los puños hasta que se le pusieron blancos. Era hora de que esos capullos guapos conocieran el verdadero significado de la humillación.

Sacó el péndulo dorado de su bolsillo sudoroso. El viejo gitano del Rastro le había asegurado que ese objeto podía alterar mentes y cuerpos según su voluntad más retorcida. Harold había pagado los ahorros de toda su vida por él, pero valdría la pena si funcionaba.

"Álvaro," murmuró Harold, haciendo oscilar el péndulo mientras lo apuntaba hacia la pareja. "Tu polla de veintidós centímetros se está convirtiendo en una pilila patética como la mía. Tres centímetros cuando estés duro. Y tu mente... tu mente va a llenarse de los pensamientos más sucios y pervertidos que existen."

El péndulo brilló con una luz dorada que nadie más parecía notar. En la mesa de al lado, Álvaro frunció el ceño y se llevó la mano a la entrepierna, confundido por la extraña sensación que sentía ahí abajo.

"¿Qué pasa, amor?" preguntó Raúl, preocupado al ver la expresión de su novio.

"No sé... algo raro..." Álvaro se removió incómodo, palpando con creciente horror cómo su verga se encogía dentro de los calzoncillos.

Harold intensificó su concentración, saboreando cada segundo. "Tu polla se vuelve microscópica, maricón. Y ahora eres un cerdo obsesionado con ser humillado. Te pone cachondo que te traten como la mierda que eres."

Los cambios fueron inmediatos y brutales. Álvaro gimió y salió corriendo hacia el baño, desesperado por comprobar lo que estaba pasando con su cuerpo.

Harold sonrió y dirigió su atención hacia Raúl, que se había quedado solo y confundido.

"Raúl," susurró el obeso, sintiendo el poder del péndulo fluir a través de su voz pastosa. "Te enamoras perdidamente de...