cap 3 - Rendición

Capítulo 3
Rendición

— Señor, Arregui, por favor, nunca he hecho algo así, nunca le he chupado la polla a nadie, se lo suplico, no me haga hacerlo ahora, no quiero   — dije en un hilo de voz—, pero al salir las palabras por mi boca, me di cuenta de lo falso que sonaba la última parte de la frase.

Me moría de ganas de engullir ese falo palpitante que apuntaba a mi cara, pero mi última inhibición, producto de años y años de educación heterosexual y el pensar que se lo tendría que ocultar a mi mujer por los años venideros, me impedía hacer lo que me moría de ganas de hacer.

Andrés me cogió del pelo, estirándomelo para acercar lentamente mi cara a su inmensa polla. Giré la cara, a pesar de que el cuero cabelludo se retorció y me dolió muchísimo, quería gritar, pero, aun así, pude girar la cara y conseguí cerrar la boca, para que esa polla enorme no pudiera entrar en mi boca. Algo hizo clic en mi cabeza, me di cuenta de que el dolor que estaba experimentando, enseguida mi mente lo transformaba en placer, al pensar en que era un pedazo de hombre como Andrés el que lo infligía. ¿Estaba enfermo? ¿Me estaba volviendo loco? ¿De repente un hombre así me había convertido en homosexual y masoquista en cuestión de minutos? No daba crédito, no podía dar crédito. Yo siempre había sido un hombre normal y corriente, con una sexualidad normal y corriente, aunque, para mi desgracia, impotente ante mi mujer. ¿Cómo podía estar pasándome esto? ¿Siempre había tenido estas pulsiones en mi interior y mis inhibiciones no habían dejado darme cuenta? ¿Podía ser eso?

—¿Ah, sí?—contestó evidentemente enfadado Andrés—. ¿No quieres chuparme la polla cuando te estás muriendo de ganas de hacerlo? ¿Crees que no he visto la erección que escondes en las bragas? ¿Te ofrezco trabajo y chupar este pedazo de polla, que cualquier maricona pagaría por comerse, y te niegas? Subiendo el tono y enfadándose todavía más. —¡Pues ahora te vas a enterar, cucaracha desagradecida, perra asquerosa— amenazó—, levántate!

Me levanté avergonzado, mirando al suelo, porque Andrés me había leído perfectamente, sabía que me moría de ganas de comerle la polla hasta los huevos. Era consciente de que, por ser un pedazo de mierda con problemas de inhibiciones mentales, me había negado y le había desobedecido, haciéndole enfadar, y lo entendía, entendía que se enfadara conmigo y que se pusiera tan irascible.

De cierta manera, aceptaría cualquier cosa que quisiera hacer para castigarme. Puso sus manazas en mis hombros y me empujó contra la pared con una fuerza descomunal, clavándome los dedos en los hombros como garras. A continuación empujó los hombros hacia la pared y hacia abajo, forzándome a quedar de rodillas, con mi espalda contusionada y mi cabeza pegada contra la pared.

Aturdido como me quedé, no me di cuenta de que, veloz co...