cap 2 - Soy su perro

Se levantó de la silla, se quitó la corbata como si le quemara y se volvió a asegurar con una mirada que el piso de la oficina estaba vacío. Se desabrochó con un gesto rápido el resto de botones de su camisa blanca y ésta se abrió como un telón, dejando al descubierto un torso que parecía esculpido para intimidar y seducir. Su pecho era amplio, duro, cubierto por una capa de vello negro y rizado que se extendía desde la base de su garganta hasta donde los pantalones apenas contenían el resto de su cuerpo. Cada músculo estaba definido, no como los de un modelo de gimnasio, sino con la rudeza de alguien que ha trabajado su fuerza con disciplina implacable. Los pectorales, firmes y prominentes, se tensaban con cada respiración, el vello húmedo por un leve brillo de sudor que captaba la luz del despacho y hacía que mi boca se secara. Sus pezones eran grandes y carnosos. Sus abdominales no eran los de un culturista, sino los de un hombre que carga poder en cada centímetro de su cuerpo: duros, ligeramente marcados, con ese toque de carne que los hacía reales, palpables, jodidamente irresistibles.
Mis ojos siguieron bajando recorriendo su cuerpo. Cuando se movió, saiendo de detrás de la mesa, los músculos de su torso se flexionaron, un movimiento casi animal que desprendía un olor cálido, salado, olor a sudor de macho que me golpeó como un puñetazo. Sus costados, anchos y robustos, parecían capaces de aplastarme si se lo proponía, y las venas gruesas que recorrían la piel de sus brazos, parecían latir con una energía que me hacía sentir pequeño, expuesto, pero jodidamente vivo. Cada centímetro de ese torso gritaba control, poder, y en comparación, me hacía sentir pequeño como un insecto. Una promesa de algo crudo y sin límites que me tenía al borde del colapso, con mi polla palpitando y mi respiración hecha un desastre.

—Te gusta lo que ves, ¿verdad, pedazo de mierda? —gruñó cuando detecto mi estado de locura, su voz resonando en su pecho como un eco profundo, mientras se inclinaba hacia mí, dejando que el calor y el olor de su piel y de su sudor me envolviera. Con un gesto rápido, casi sin darme cuenta, su manaza me cogió del hombro, me sacó de la silla de un manotazo, y me empujó abajo con dureza, forzándome a ponerme de rodillas en el suelo frente a él, a un palmo de distancia de su virilidad.

- Ahora haz lo que te he dicho subordinado, quítame los pantalones y los gayumbos - ordenó sin dejarme oportunidad de réplica.

Mis manos temblaban como si fueran de gelatina mientras desabrochaba el cinturón de Andrés, el cuero crujiendo bajo mis dedos torpes. El sonido de la hebilla al abrirse hizo que Andrés sonriera, como si supiera todo lo que iba a suceder a continuación al detalle. Como si esta no fuera la primera vez que esta situación sucedía.

Dentro de mi cabeza había una voz que me recordaba lo jodidamente fuera de lugar que estaba todo esto...