El doctor 3

Desperté al cabo de un rato, con el cipote de Jorge durísimo, clavado en mi muslo. Dormía su belleza con una sonrisa infantil. Noté que mi polla se animaba. Lo desperté, me sonrió mientras se frotaba. Procuré ser amable.
- Venga, a mear, te aseas y a casa. Es tarde.
Otra vez aquella mirada de cachorro abandonado.
- Jorge, eres un muchacho encantador y muy guapo, pero no me apetece una relación. Además, te saco como veinte años y, probablemente, nuestros mundos están más alejados que eso.
Se le humedecieron los ojos, pero asintió y se fue al baño. Tardaba, así que fui a ver. Lo encontré mirándose al espejo, con densos lagrimones que resbalaban por sus mejillas. Me miró triste a través del cristal.
- Voy, señor, enseguida…
Le acaricié el cogote y se desmoronó en un llanto doloroso. Lo abracé y noté que su cipote estaba flácido. Hipando en mi pecho su dejó ir.
- No es el sexo, señor, bueno, no solo eso. Con usted me siento seguro y protegido… Nunca había sentido algo igual, es, es…
- Es que eres un cachorrito que necesita guía, Jorge, pero sería mejor…
- Para mí, ahora mismo, lo mejor es usted.
Me mordí la lengua. En esos momentos no vale que te digan aquello de “mejor alguien de tu edad” o “ya encontrarás a alguien. La verdad es que el chico me había conmovido y, por qué no decirlo, halagaba mi ego que semejante ejemplar se hubiera enganchado de tal manera. Lo separé y le miré fijamente a sus ojos de acero.
- Mira, vamos a hacer una cosa. Apenas hemos hablado, y creo que vale la pena que nos conozcamos un poco mejor. Te invito a comer un día y vamos viendo, en un contexto en que no podamos ponernos a follar como conejos.
Sonrió llorando de nuevo, pero sus ojos se habían iluminado de ilusión.
- ¿Cuándo?
No tenía ninguna camelia a mano, pero su expectación me conmovía.
- ¿Mañana?
Me abrazó y me besó en el cuello.
- Anda, lávate la cara y lárgate ya, que me estoy poniendo burro otra vez y…
Hizo un mohín de “tengo el culo a su disposición”, le solté un azote y me volví al dormitorio. Cuando salió la volvía a tener morcillona. Me miró, negué con la cabeza y empezó a vestirse haciendo que me empalmara con la imagen. Me puse el pantalón del pijama y, cuando iba a salir para acompañarlo a la puerta, vi que miraba fijamente mi pantaloncito de correr hecho una bola en el suelo.
- Eres un puto vicioso, chaval. Anda, cógelos, que te doy una bolsa para que no vayas por ahí con ellos en la mano.
Lo tomó como una reliquia y aspiró embelesado mi olor de macho en la prenda. Se calzó y, antes de despedirlo con un beso en la frente, le hice teclear mi teléfono en el suyo.
- Ponme un mensaje para que tenga el tuyo y te digo donde quedamos.
- ¿Qué nombre pongo?
Sonreí.
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La semana siguiente fue bastante movida en el hot...