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Capítulo III – El Templo de Carne

Escrito por: tuesclavo25

ayer
844 palabras
El valle estaba cubierto de bruma aquella mañana. El aire pesaba, húmedo, como si el mundo entero aguardara algo. Allí, en el claro, cientos de hombres desnudos se encontraban ya alineados. Eran cuerpos grandes, poderosos, de una belleza que mezclaba fuerza y serenidad; músculos tensos, miradas disciplinadas, rostros donde no quedaba orgullo individual, solo entrega. No llevaban ropa. La piel era el uniforme.

El silencio era absoluto. Solo se escuchaba el crujir leve de las articulaciones al mantenerse erguidos, la respiración profunda que se acompasaba sin haberlo ensayado nunca. Entonces apareció él.

El Padre.

Descendió por el talud, semidesnudo, cubierto apenas por un manto oscuro que caía de sus hombros como una sombra breve. El medallón de piedra negra descansaba sobre su pecho; su carne perfecta, erguida, brillaba bajo la luz gris. Su virilidad descomunal se mostraba como bandera, y cada par de ojos la seguía con devoción contenida, sin atreverse a levantar del todo la cabeza.

Se detuvo en el centro del claro. El silencio, que ya era pesado, se volvió insoportable. Entonces levantó el medallón y lo dejó caer contra la tierra con un golpe seco.

—Hoy —dijo, y la palabra fue trueno— nace el Templo.

No de piedra ni de muros. No de altares ajenos. El Templo sería ellos mismos, carne ordenada, arquitectura viva.

Alzó la mano y el valle entero obedeció. Los cuerpos se dispusieron en cuadrículas, hombro con hombro, rodilla con rodilla, como si fueran los bloques de un edificio invisible. La Voz, uno de los Tres elegidos, repitió la orden. El Martillo recorrió las filas, golpeando suavemente con sus nudillos a quien se inclinaba un grado más de lo debido. El Yunque permaneció inmóvil en un extremo, modelo de resistencia.

—Primera Forma: Prosternación.

Todos descendieron a la vez, hasta que las frentes golpearon la tierra húmeda. El sonido de cientos de frentes contra el suelo fue un susurro único, como si la marea besara la orilla. La humillación no era debilidad: era piedra fundacional.

—Segunda Forma: Columna.

Los cuerpos se alzaron de golpe, verticales, rectos. Un bosque de torsos idénticos, sin temblor, sin desviación.

—Tercera Forma: Puente.

Se inclinaron hacia atrás, brazos abiertos, pechos expuestos al frío de la mañana. La musculatura tensada, el vientre expandido, como vigas que sostienen un cielo invisible.

—Cuarta Forma: Piedra.

El silencio se volvió espeso. La orden era sostener la inmovilidad. El tiempo se volvió martillo sobre cada articulación. Nadie cayó. Algunos lloraban, pero no se movían. El dolor no era queja: era obediencia.

El Padre bajó el medallón. La Forma se deshizo. El aire volvió a moverse.

Los Tres se acercaron a él: el Martillo con una antorcha, la Voz con un cuenco de aceite, el ...
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Capítulo III – El Templo de Carne

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