El profesor y los gitanos 4

El profesor se queda tirado en el suelo empapado y cubierto de una mezcla repugnante, respirando con dificultad. Los cinco chavales se visten riéndose mientras lo miran con desprecio absoluto.

"Mañana traemos a toda la pandilla" dice Javi limpiándose las manos en la pared. "Somos como diez más, ¿verdad chavales?"

"Sí, y todos heteros de verdad" confirma el del pelo engominado. "Van a alucinar cuando vean lo que tenemos aquí. Un váter humano completamente gratis."

Se acercan para darle las últimas órdenes mientras el profesor sigue masticando desesperadamente los restos, con la cara irreconocible por la porquería acumulada.

"Escucha bien, mascota asquerosa" le dice el de los tatuajes pisándole la cara con la deportiva. "Mañana llegaremos a media noche, pero tú ven media hora antes. Queremos que estés aquí esperando, desnudo y con la boca abierta como el retrete que eres."

Los otros asienten mientras se ríen. El tercero añade: "Y cuando termine todo, te limpias y vas a dar clases como si nada. Pero por dentro sabrás que eres nuestro juguete personal."

"Además" dice el cuarto encendiéndose un cigarro, "mañana traemos más droga de la buena. Coca, speed, lo que haga falta para que estés bien colocado y obediente para quince personas."

El profesor solo puede asentir con la cabeza, sintiéndose completamente sometido a sus órdenes. Su adicción a ser usado por estos machos heteros que lo desprecian se ha vuelto total.

"Venga chavales, vámonos" dice el del pelo engominado escupiéndole una última vez en la cara. "Que la princesa tiene que terminar de tragarse la cena y luego irse a casa a prepararse para mañana."

Los cinco se alejan del callejón dejando al profesor solo, tirado entre sus propios vómitos y los restos de lo que le han obligado a comer. Las paredes le dan vueltas por la cocaína mientras siente cómo su estómago se revuelve.

Su cuerpo tiembla incontrolablemente mientras intenta incorporarse. Los efectos de la droga le hacen sentir cada sensación amplificada: el frío del suelo, la textura pegajosa en su piel, el sabor persistente en su boca.

Se arrastra hasta la pared y vomita violentamente, expulsando parte de lo que se había tragado. Pero incluso mientras vomita, su polla se pone dura recordando las humillaciones. La contradicción entre el asco físico y la excitación mental lo enloquece.

El olor que despide es insoportable, pero no puede parar de masturbarse ahí mismo, entre sus propios vómitos, pensando en los quince chavales heteros que vendrán mañana a usarlo.

"Soy su váter personal" repite jadeando mientras se corre sobre el suelo sucio. "Mañana van a ser quince los que me usen como su mascota."

Llega a casa tamaleándose, se ducha rápidamente para poder funcionar al día siguiente, pero durante todo el proceso no para de masturbarse...