El profesor y los gitanos 3

Los cuatro se alejan por el callejón riéndose y gritándole al profesor las últimas humillaciones:

"¡Que te aproveche la cena, princesa!"

"¡A ver si así aprendes a no meterte donde no te llaman!"

"¡Y recuerda, aquí estaremos cuando quieras repetir, maricón!"

El profesor se queda solo, tirado en el suelo frío del callejón, con el cuerpo tembloroso y la cara irreconocible por la porquería. El efecto del speed todavía le mantiene las pupilas dilatadas y el corazón acelerado.

Intenta levantarse pero las piernas le flaquean. Cada movimiento le hace sentir cómo la mierda seca se le agrieta en la piel y los restos líquidos le gotean por el cuello. El olor es tan intenso que tiene que respirar por la boca, lo que le hace saborear constantemente los restos de su "cena".

Se arrastra como puede hasta apoyarse en la pared, dejando rastros en el suelo. Mientras se incorpora lentamente, piensa en lo que acaba de pasar. No puede creer que haya obedecido cada orden sin rechistar, que se haya convertido en el váter personal de cuatro chavales heteros que lo desprecian.

Su polla se pone dura otra vez solo de recordar las humillaciones. El sabor de los pies sudados, las uñas sucias, la mierda caliente cayéndole directamente en la lengua, los meados mezclándolo todo...

Camina despacio hacia su casa, con la ropa manchada y pegajosa, sintiendo cómo algunos restos se le secan entre los dientes. Cada paso le recuerda lo degradado que ha quedado, lo que se ha convertido: en la mascota asquerosa de cuatro machos que ni siquiera lo consideran una persona.

Pero sabe que va a volver. Lo sabe con certeza absoluta. Porque por primera vez en su vida ha encontrado su verdadero lugar: siendo el juguete sucio de heteros que lo usan y lo desprecian como se merece.

Al llegar a su casa, el profesor se mira en el espejo del recibidor y apenas se reconoce. Su cara es una máscara de porquería seca, con costras marrones mezcladas con restos de saliva y meados. El pelo se le pega a la frente con una mezcla repugnante.

Sus manos tiemblan mientras se toca la cara, sintiendo la textura áspera de los restos secos. En vez de ir directo a la ducha, se queda ahí parado, masturbándose mientras se mira en el espejo, recordando cada humillación.

"Soy su váter personal" se repite en voz baja mientras se corre sobre su propia imagen reflejada. El semen se le mezcla con la porquería de la cara, creando una combinación aún más repugnante.

Esa noche no se ducha. Se acuesta tal y como está, con las sábanas limpias manchándose al contacto con su cuerpo sucio. Durante toda la noche sueña con los cuatro gitanos, con sus pies sudados, con sus cagadas calientes...

A la mañana siguiente se despierta con la cara pegada a la almohada. Tiene que arrancarla literalmente, dejando rastros marrones en la tela blanca. Se toca dond...