Written by: Master48
4889 words
Cuarenta y dos
Me desperté con el peso de la cabeza de Daniel sobre mi hombro y su brazo sobre mi pecho; una brutal erección matutina se empotraba en mi cadera. La paz del sueño embellecía aún más sus facciones.
La noche anterior había sido agradabilísima, con tan solo un incidente para olvidar. La coctelería a la que nos había llevado Diego resultó un lugar elegante, bastante animado, con buen servicio y mejor producto. Ocupamos una mesa y, con Daniel ya mucho más animado, charlamos sobre banalidades y reímos pero también hubo momentos serios en que los chicos comentaron sus dudas sobre el futuro, sus miedos… Un tipo algo grasiento nos observaba desde un rincón del local. Con su copa a medias, el rubio anunció que iba al baño. Se había quitado la chaqueta y arremangado las mangas de la camisa. El hispano y yo contemplamos maravillados la estructura de su cuerpo y su elegancia mientras se alejaba. Vimos que el tipo le seguía y me levanté. Diego me miró e hizo un gesto de aprobación.
Lo atrapé en el pasillo, antes de la puerta de los lavabos que el chico ya había franqueado. Le toqué el hombro y al girarse me miro con un cierto fastidio prepotente.
- Deja en paz al chico, no es para ti.
- Tranquilo, solo iba a pedirle el contacto, para otro día. Puedo pagar igual que tú, parece que ahí hay un buen pedazo de carne, o…
Le aticé el hostión de su vida que lo pilló por sorpresa.
- El chico no es un chapero.
Aunque era más alto y grueso que yo, no se vio con ánimos de entrar en pelea.
- Mira, tío…
Lo empujé con fuerza y le clavé el antebrazo en el cuello.
- Vuelve a tu mesa y déjanos en paz. Ni es lo que piensas ni quiero que molestes a mis amigos.
Sonrió con ironía y un cierto desprecio. Aflojé y obedeció, justo en el momento en que Daniel salía del baño.
- Hola, sir. – Dudó.- ¿Quiere que…?
Reí y le acaricié la oreja.
- No, pequeñín, es que yo también tenía ganas, pero entra conmigo y así volvemos juntos.
Mientras meaba, hablamos sobre lo interesante que había resultado Diego, lo buen chico que era, lo bien educado y lo sencillo que se mostraba a pesar de ser hijo de una familia tan rica. Me lavé las manos y volvimos a nuestra mesa. El rijoso había desaparecido y nuestro amigo me lanzó una mirada afectuosísima.
Apuramos las copas y salimos a la calle. Hacía una noche espléndida y paseamos hasta donde teníamos que separarnos del venezolano. Nos despedimos cariñosamente e intercambiamos teléfonos. Daniel y yo seguimos en dirección al hotel.
- ¿Por dónde vives?
- Estoy lejos de casa sir, vivo en Staten Island. A estas horas no hay transporte ya y, además, entre que voy y vuelvo, casi no me va a quedar tiempo para echarme.
- ¿Y qué pensabas hacer, pequeñín?
- Pues le a...
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