La mejor penitencia (7)

La farmacia estaba a oscuras. Habíamos entrado por una puerta que comunicaba el local con el portal. Él encendió la luz del baño de la trastienda. No quería que se viera luz desde la calle.
¿Debía yo tomar la iniciativa? Me cogió la mano y me la colocó sobre su paquete.
- ¿Te acuerdas de esto, zorrita? Espero que no te hayas olvidado... Serías muy poco agradecida...
- No te mentiré. Unas cuantas pajas ya me he hecho recordando la mamada del garaje-.
- Sé que te gustó - añadió -. Bastante satisfecha te fuiste.
- Sí, pero me despachaste con una rapidez...
- Vienes, me la mamas y... quizás no entendiste bien lo que yo escribí. Más claro... - me contestó con gesto de burla.
- Hoy soy yo el que va a tomarse la revancha por cómo me echaste - le dije con tono juguetón.
Me empecé a desnudar y me quedé en bolas. Él me miraba, casi babeando.
- No me dejaste ni tocarme ni me tocaste para nada, me fui como una perra rabiosa, cabrón- empecé a desabrocharle el cinturón.
- ¡Qué maricón! Esperaba sentirte obligado y que lo hacías porque te sometías a mí. Y ahora parece que quieres tú más que yo.
Me arrodillé. Le bajé pantalones y calzoncillos.
- ¿Y eso le fastidia, Señor Aranda? Debería hacerlo sentir orgulloso. Me quiere sometida y sumisa. No sé esperaba que fuera la zorrita la que se mostrase más deseosa que Usted? - y me metí su polla en la boca.
En el garaje había sido dominante pero ciertamente comedido. El respetable farmacéutico y padre de familia ocultaba en su interior un amo que nunca había podido ver la luz.
- Quieta. Quieta, hija de la gran puta, quieta ahora.
Me la sacó y me miró con cara insaciable. Me echó un par de lapos. Uno me entró en la boca, el otro aterrizó en mi mejilla.
- ¡Joder! ¡ Cómo te di la leche en el garaje! ¿ La quieres otra vez, zorrita?
Sabía lo que contestar en estos casos..
- Me volvería loca, cabrón, pero ¿por qué no me la metes también, cariño? Sí, por fa - intenté ponerme muy femenina -. ¡ Fólleme! ¡ Fólleme como a una zorra, Señor Aranda!
Me dio un par de hostias en la cara. Dolieron pero encontré en ello cierto castigo que yo estaba buscando desde hacía tiempo. Y me dijo que me colocara sin dilación a cuatro patas sobre el sofá de la trastienda.Y así lo hice.
- ¿Has cogido un preservativo? - le recordé, ya boca abajo sobre el sofá-. Recibí un buen azote como respuesta. A este siguieron tres o cuatro más que me hicieron sentir un calor interno que me devoraba.
A partir de ahí, sentí que estaba a su merced. Y me daba miedo pero me sentía deseoso de que me regalará unos buenos pollazos.
- ¡ La hostia, qué chochete! Te habrán metido unas cuantas ya, zorra mala, pero lo tienes muy cerradito. Qué hija de la gran puta-.
Las embestidas eran cada vez más fuertes. Sentía mis pezones duros como piedras y mi ...