Escrit per: Hogger
4412 paraules
Corría el año de 1720 – o en este caso navegaba – , y el sol del Caribe comenzaba a alzarse sobre el Atlántico. Su luz tibia caía sobre la cubierta del Albatros, un navío oscuro y robusto que cortaba el mar con el peso de su historia. Antaño fue un transporte de esclavos, silencioso y brutal, pero ahora navegaba bajo bandera negra, reclamado por hombres sin amo ni ley, reformado por fuego y sangre.
Desde lo alto del palo mayor,el Vigía Tomás Griffin , dio la señal justo antes del amanecer. Con apenas metro setenta ,se movía como si flotara entre las vergas. La silueta de un mercante español acababa de asomar en el horizonte, y su grito cortó el silencio de la madrugada como una cuchillada. En cubierta, los hombres se lanzaron a sus puestos como bestias entrenadas. Las velas blancas, manchadas de hollín a propósito en sus extremos, se desplegaron al viento como las alas de un ave marina.
El Albatros no era un navío cualquiera en las rutas del Caribe. La fama lo precedía como un buque de justicia feroz: jamás disparaba contra una nave que izara bandera blanca, y no se conocía capitán ni contramaestre que contradijera esa regla. A bordo, se decía que su capitán, Edward Blackridge , prefería el respeto al miedo, y que un enemigo rendido tenía más valor vivo que muerto. Por eso, cuando el Albatros se divisaba en el horizonte, muchos bajaban las armas antes de sentir la pólvora.
Aquella vez, la bandera blanca flameó pronto. Desde cubierta, los marineros del mercante español alzaron las manos, rindieron las velas y se replegaron hacia la popa. Ningún disparo. Ninguna resistencia. Parecía que todo iba a resolverse con rapidez. La orden fue clara: abordar sin violencia, requisar el cargamento, mantener el control.
El Cartagenero Diego Herrera fue de los primeros en cruzar. El nació en nuevo reino de Granada, en suelo americano, pero ya desde joven nunca sintió pertenecer a ningún lugar. Saltó por el bauprés con el hacha al cinto, pero la dejó envainada. Su mirada era firme, pero no hostil. Descendió a la bodega acompañado por pocos compañeros. El aire allí olía a sal, a madera mojada y a fruta fermentada. Caminó entre barriles y sacos, atento.. Y entonces lo escuchó. Un primer cañonazo, seco y cercano. Luego gritos. Astillas, fuego, confusión. El sonido venía de fuera. El mundo se había vuelto a incendiar sin aviso. La rendición había sido una trampa.
Fue justo en ese momento, en medio de la penumbra de aquel recinto traicionero, rodeado de cajas, cuando un cuerpo lo embistió desde el flanco, derribándole con una violencia controlada. La madera le golpeó la espalda. Un filo le rozó la garganta. Sintió el peso de otro hombre sobre él, la respiración caliente, la tensión muscular contenida. No se movió. No alzó las manos. El asaltante se quedó allí, presionando apenas, sin terminar el gesto. Durante un instante largo, ni los gritos de sus compañeros ni la metralla ...
Capitulo 1: El océano no juzga
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