Bajo Su Voluntad. Capítulo 3: El Nombre Verdadero

El ascensor se detuvo en el piso 27. Leo salió sin mirar a los lados. Llevaba el collar negro ajustado al cuello, tal como se le había ordenado, y una bolsa pequeña con ropa limpia, aunque sabía que no la usaría.

Cuando cruzó el pasillo y tocó la puerta, no hubo respuesta. Sólo un leve clic de la cerradura automática.

Entró.

La habitación estaba oscura, con una única vela encendida sobre el suelo. No había muebles, ni alfombra, ni cama. Solo un cojín circular rojo al centro. En la pared, colgado como un estandarte, estaba el símbolo que M. había usado en sus correos: una letra M bordada en negro sobre fondo gris.

—Cierra la puerta —ordenó la voz desde algún lugar en la oscuridad.

Leo obedeció. Al dar la vuelta, M. ya estaba ahí.

Vestía de negro, como siempre. Pero esa noche había algo distinto en su presencia. No era frialdad. Era solemnidad. Como si todo lo anterior hubiera sido preparación para lo que vendría.

—Arrodíllate.

Leo se colocó sobre el cojín sin decir una palabra.

M. caminó lentamente a su alrededor. No lo tocó. No le habló.

—Has sido obediente. Has sido moldeable. Has sido receptivo.

Se detuvo frente a él.

—Pero ahora… necesito saber si puedes ser leal.

Leo levantó la vista. No esperaba eso. Sabía obedecer. Sabía callar. ¿Pero lealtad?

—Esta noche no habrá pruebas físicas. No habrá cuerdas ni vendas. Esta noche… me entregarás algo más.

M. colocó una caja de madera frente a él. La abrió. Dentro, había un documento impreso con el nombre “Contrato de Sumisión Temporal” en la cabecera, y un bolígrafo de acero negro.

Leo lo leyó. Era simbólico. Nada legal. Pero estaba lleno de palabras poderosas: confianza, renuncia voluntaria, pertenencia, servicio, seguridad, palabra de control…

—Lee todo. Luego decide.

Leo lo hizo. Leyó cada frase. Sus manos temblaban un poco. No por miedo. Sino por el vértigo de la entrega real.

Cuando terminó, levantó la mirada.

—Estoy listo, Señor.

M. le tendió el bolígrafo.

Leo firmó como “Número Cuatro”.

El Amo sonrió, por primera vez esa noche.

—Ya no eres Número Cuatro.

Leo lo miró, confundido.

M. se agachó frente a él. Colocó una mano firme en su nuca, y dijo:

—A partir de ahora… eres Elio. Ese será tu nombre conmigo. Tu verdadero nombre. El que nace de tu entrega.

Leo sintió un calor en el pecho que no esperaba. El nombre no era suyo. No lo había elegido. Pero, por alguna razón, lo sentía más íntimo que cualquier otro que hubiera llevado.

—Gracias, Señor.

—Levántate, Elio.

Obedeció.

—Ahora sí —dijo M.—, es momento de tocarte.

Y lo hizo...