A sus órdenes, señor amo lll. Rendir el alma y el saldo

Desde que Aarón canceló las transferencias automáticas, algo cambió en la atmósfera.

Ya no era un simple juego de dinero y dominación. Era algo más peligroso: vulnerabilidad emocional con el poder del deseo intacto.

Pero eso no significaba que el juego hubiese terminado. Solo había evolucionado.

Aquella noche, Aarón lo esperó en el dormitorio, sentado sobre el respaldo del sillón de lectura. Iba con una camisa blanca sin abotonar, el torso bronceado, las botas de cuero llenas de polvo seco. Miraba el móvil. Despreocupado. Con esa seguridad rural de quien jamás ha necesitado pedir permiso.

—Estás tarde, banquero.

Enrique se detuvo en seco. Llevaba su traje gris claro, corbata de Hermès, y una botella de vino en la mano.

—Lo siento, amo. Reunión con inversores japoneses.

Aarón lo miró sin pestañear.

—¿Y crees que eso es excusa para no venir a lamerme las botas?

Enrique tragó saliva. Dejó el vino sobre la mesa baja, se quitó la chaqueta y cayó de rodillas. Con los dedos torpes, le desató las botas a Aarón y comenzó a lamer el cuero sucio, caliente, marcado por el polvo de la calle.

—Dilo —ordenó Aarón, frío.

—Soy su perro, amo. Su banquero arrastrado. Su… inversión emocional.

Aarón soltó una risita baja, navarra.

—Muy bien. Estás aprendiendo.

Se incorporó, lo agarró del cuello de la camisa y lo empujó contra el suelo. Enrique cayó de espaldas, respirando con dificultad, la polla dura bajo los pantalones caros.

Aarón se desabrochó lentamente el pantalón.

—¿Sabes qué es lo más humillante de todo esto?

—No, amo…

—Que ya no quiero tu dinero. Pero tú necesitas dármelo. Para sentirte vivo. Para correrte como un cerdo rico.

Enrique jadeó. Su polla palpitaba sin tocarla. Aarón se sentó sobre su pecho, con la entrepierna a pocos centímetros de su boca.

—Abre la app. Abre la cuenta. Quiero verla mientras te follo la cara.

Enrique sacó su móvil, desbloqueó el acceso con Face ID, y abrió su cuenta personal: 3,4 millones líquidos. El fondo de inversiones: 14 millones. Sucursales en Luxemburgo, Ginebra y Miami.

—Quiero que te gastes 100.000 euros hoy. Pero no en mí. Quiero que compres arte absurdo, muebles innecesarios, relojes inútiles. Hazlo solo porque puedes.

—Sí, amo.

Aarón se colocó sobre su cara, empujando con fuerza. Enrique se lo tragó todo. Asfixiándose. Goteando lágrimas. Gimiendo como un adicto.

Cada vez que se atragantaba, Aarón lo premiaba.

—Muy bien, cerdito. Te ganaste una recompensa.

Sacó del bolsillo de la chaqueta una caja pequeña de terciopelo gris. Unos gemelos de oro blanco y diamantes, con su apellido grabado en cursiva.

—Solo los puedes ll...