Escrito por: faethj8i
999 palabras
El mensaje llegó a mi teléfono a medianoche, un zumbido que rompió el silencio de mi apartamento. Era él, "X", como se hacía llamar en la app. Sin foto de perfil, sin nombre real, solo una descripción breve: "Discreto, directo, te hago mío." Habíamos estado hablando un par de días, mensajes subidos de tono que me dejaban sudando y con el pulso acelerado. Me propuso algo que me puso nervioso, pero también me encendió: quedar sin verle la cara. "Tú te tapas los ojos, yo entro, te follo y me voy. Sin complicaciones." Acepté, casi sin pensarlo, con el calor subiéndome por el pecho.
La noche acordada, me preparé como si fuera un ritual. Me duché, me aseguré de estar limpio, por dentro y por fuera, porque sus mensajes dejaban claro que no habría preliminares suaves. Me puse unos bóxers negros ajustados, los que marcan todo, y dejé la puerta del apartamento entreabierta, como me había pedido. En el salón, me senté en el sofá, con una venda negra de seda que usaba para dormir. Me la até fuerte, cubriéndome los ojos, y el mundo se volvió oscuro. El corazón me latía tan fuerte que podía sentirlo en la garganta. El silencio era pesado, solo roto por el tic-tac del reloj de la cocina.
Escuché la puerta abrirse, un crujido lento, y luego pasos firmes contra el suelo de madera. No dijo nada, pero sentí su presencia, como si el aire se volviera más denso. Olía a cuero y a algo más, un perfume masculino, áspero, que me hizo tragar saliva. Se acercó, y el sofá se hundió un poco cuando se sentó a mi lado. Su mano, grande y cálida, se posó en mi muslo, apretando con fuerza. No había delicadeza, solo hambre.
—Quédate quieto —dijo, su voz grave, con un deje ronco que me puso la piel de gallina.
Asentí, aunque no podía verle. Sus dedos subieron por mi pierna, rozando el borde de los bóxers, y luego, sin aviso, me agarró el paquete con una mano firme, como si quisiera medir lo que tenía entre manos. Gemí, y él soltó una risa baja, casi burlona. Me quitó los bóxers de un tirón, dejándome expuesto, y sentí el aire fresco contra mi piel. Estaba duro, y él lo notó. Sus dedos ásperos me acariciaron, lentos al principio, pero luego con más presión, como si quisiera provocarme hasta el límite.
Se levantó, y oí el sonido de una cremallera bajando, seguido del roce de ropa cayendo al suelo. Volvió al sofá, y esta vez su cuerpo estaba más cerca, su calor casi quemándome. Me empujó hacia atrás, hasta que quedé tumbado, con las piernas abiertas. Sus manos me abrieron más, sin pedir permiso, y sentí algo húmedo y frío en mi entrada: lubricante, supuse, porque no había tiempo para preliminares. Sus dedos, uno primero, luego dos, se deslizaron dentro de mí, abriéndome con movimientos precisos, pero rápidos. Gemí fuerte, y él gruñó, como si mi reacción le diera más ganas.
—Joder, qué apretado estás —dijo, y su voz tenía un f...