AHIJADO 1 (3/4)

El 24 de junio de 2005, notaba las gotas de sudor empapando el cuello de mi camisa. Hacía calor y más sosteniendo al pequeño Gonzalo en mis brazos. La iglesia era pequeña y se colaba un potente haz de luz que nos iluminaba a mí y a mí ahijado. Santi y Marta llevaban tres años casados. Santi me eligió de padrino, lo que nos acercó para siempre mucho más.
Se acabaron separando, cuando Lalo tenía 16. A simple vista parecía no llevarlo demasiado mal. Solo una vez en aquel periodo, se atrevió a decirme que el nuevo compañero de su madre, un tal Eduardo que vivía en Pozuelo y estaba forrado de pasta, le resultaba insoportable.
- Yo entiendo que mi madre no quiera seguir con mi padre, tío Sebas, pero que se meta con un chulito como ese... ¡ Es que es un gilipollas!
Lalo con 16 años había desarrollado y se estaba convirtiendo en un joven que prometía. Yo me sentía avergonzado cuando venía a la piscina de mi urbanización y lo veía quitarse el calzoncillo y ponerse el bañador. Tumbado en el césped, lo veía saliendo del agua, haciendo fuerza con sus brazos para apoyarse subiendo la escalerilla, mostrando los músculos de sus brazos.
Lo contemplaba acercarse: pecho, brazos, muslos húmedos, chorreando agua aún, y tumbarse en su toalla junto a la mía. Y me sentía fatal cuando se me venía la imagen de su padre desnudo aquella lejana noche.
Sus mismos ojos, algo más oscuros pero de un azul intenso... Eso sí, apenas tenía vello corporal, solo incipientes pelitos en la zona entre sus pectorales. El chico no era mal estudiante pero se acercaban las pruebas del acceso a la universidad y aprovechábamos el verano para repasar y luego darnos un chapuzón. Él quería estudiar ingeniería o algo relativo, como yo. Así que no podía haber mejor profe que su padrino.