El Reencuentro con mi hermano mayor

Llevaba más de un año sin ver a mi hermano mayor, Sergio. Desde que se había mudado a esa casa de campo perdida en los montes de Huesca, apenas habíamos hablado por teléfono. Ahora que acababa de cumplir 18, había decidido visitarlo el fin de semana. El viaje en autobús se me hizo eterno, mirando por la ventana cómo el paisaje se volvía cada vez más salvaje y aislado.

La casa estaba en medio de la nada, rodeada de encinas y sin vecinos a kilómetros. Sergio me recibió en la puerta con una sonrisa que no recordaba. Había cambiado mucho: más musculoso, con barba cerrada y una mirada que me atravesó de arriba abajo de una forma que me hizo sentir extraño.

"Por fin tienes 18", me dijo mientras me ayudaba con la mochila. "Ya era hora de que vinieras a visitarme."

Algo en su tono me puso nervioso, pero también excitado. Durante la cena apenas pude concentrarme en la conversación. Sus ojos no dejaban de estudiarme, como si estuviera evaluando algo. Cuando terminamos, se levantó y se plantó delante de mí.

"¿Sabes por qué te invité ahora y no antes?", me preguntó con voz ronca.

Negué con la cabeza, el corazón latiéndome a mil.

"Porque he estado esperando a que fueras mayor de edad para hacer esto."

Sin más, me agarró del cuello de la camiseta y me besó. No era un beso fraternal. Era desesperado, dominante, con la lengua explorando mi boca mientras yo me derretía entre sus brazos. Cuando se separó, me quedé sin aliento.

"He fantasiado contigo desde hace años", me susurró al oído. "Pero no iba a tocar a un menor. Ahora que eres adulto, vas a ser mi puto esclavo este fin de semana."

Debería haberme horrorizado, pero en lugar de eso sentí una ola de excitación que me hizo temblar. Sergio sonrió al ver mi reacción.

"Lo sabía. Sabía que querías esto tanto como yo."

Me llevó a su habitación, donde había preparado cuerdas, collares y otros objetos que no sabía nombrar. Me desnudó con movimientos calculados, acariciando cada centímetro de piel que iba descubriendo.

"Ponte de rodillas", me ordenó.

Obedecí sin pensarlo. Sergio se quitó la ropa revelando un cuerpo que me hizo salivar. Su polla ya estaba dura, gruesa y venosa. Sin decir palabra, me agarró del pelo y me obligó a acercarme.

"Chupa", gruñó.

Me lancé sobre su miembro con desesperación, saboreando cada centímetro. Su sabor era intenso, salado, perfecto. Sergio gemía mientras me follaba la boca, controlando el ritmo con sus manos en mi cabeza.

"Qué puta tan buena estás hecha", murmuró. "Sabía que tenías boca de zorra."

Sus palabras me excitaron aún más. Me separó bruscamente y me empujó hacia la cama.

"Ahora me vas a lamer el culo como el perro que eres."

Se puso a cuatro patas y separe sus nalgas para acceder a su ano. El olor era e...