El nuevo Macho de la casa II

Los días pasaron y la nueva dinámica se consolidó de manera natural. César había establecido su dominio sin esfuerzo, y tanto mi papá como yo habíamos encontrado nuestros lugares en esta jerarquía que se sentía increíblemente correcta.

Una tarde, César estaba recostado en su lugar favorito del sofá, viendo un partido mientras mi papá le había servido una cerveza bien fría. Yo estaba en el piso, masajeándole los pies como se había vuelto costumbre.

—Esta cerveza está perfecta, Javier. Justo como me gusta —dijo César sin quitar la vista del televisor.

Mi papá sonrió con genuina satisfacción desde la cocina:

—Gracias, amo. Siempre procuro que esté a la temperatura exacta.

Era impresionante cómo mi papá había desarrollado una habilidad casi sobrenatural para anticipar las necesidades de César. Sabía exactamente cuándo necesitaba otra cerveza, cuándo quería estar solo, cuándo requería que le arreglaran los cojines.

César llevaba ya tres cervezas cuando noté que se movía inquieto. Parecía que necesitaba ir al baño, pero no quería levantarse del sofá. El partido estaba en un momento crucial y él se veía muy cómodo en su posición dominante.

—Javier, ven acá —llamó César con voz autoritaria.

Mi papá apareció inmediatamente, con esa actitud servicial que había perfeccionado:

—¿Sí, amo?

César lo miró directamente y sin inmutarse le dijo:

—Trae un vaso. Tengo ganas de orinar pero no quiero levantarme.

Mi papá no mostró ni un ápice de sorpresa o disgusto. Simplemente asintió:

—Enseguida, amo.

Corrió a la cocina y regresó con un vaso de vidrio grande. César se desabrochó el pantalón, sacó su verga y comenzó a orinar en el vaso que mi papá sostenía con manos firmes.

—Qué práctico. Así debería ser siempre —murmuró César mientras seguía orinando.

Mi papá mantenía el vaso en posición perfecta, como si fuera la cosa más natural del mundo. Cuando César terminó, mi papá se quedó ahí parado, sosteniendo el vaso lleno de orina tibia.

—Ahora bébetelo —ordenó César casualmente, como quien pide que se tome un vaso de agua.

Sin dudarlo ni un segundo, mi papá se llevó el vaso a los labios y comenzó a beber la orina de César. Lo hizo lentamente, como si estuviera saboreando un buen vino.

—Muy bien, Javier. Así se comporta un sirviente que conoce su lugar —dijo César mientras volvía a acomodarse para ver el partido.

Mi papá terminó de beber todo el contenido y luego preguntó:

—¿Desea algo más, amo?

—Por ahora no. Pero ya sabes que siempre debes estar disponible para lo que necesite.

—Por supuesto, amo —respondió mi papá con una sonrisa genuina antes de regresar a la cocina.

La natura...