Comienza el adiestramiento (I)

Comienza el adiestramiento (I)



Este relato está escrito por mi perrete.

Aunque he pasado ya de los sesenta, aún conservo mi puesto directivo en la empresa. Una rareza, en este mundo de tiburones donde el pez joven se come al viejo pez.

Pero no dejaba de tener mi edad, y con ella el problema común de la incomodidad ante la informática.

Un niño ha nacido entre pantallas, un joven ha crecido haciendo clic, pero alguien como yo se siente siempre un viejo torpe cuando algo raro aparece en la pantalla del ordenador.

Y siempre aparece algo raro.

Estaba terminando la jornada, decenas de emails, llamadas, informes... y de repente, un aviso del sistema. Todo parado.

Empecé a sudar. Soy gordo y los gordos sudamos más. Y con los nervios, es como si nos duchásemos con la ropa puesta.

No podía dejar ver mi incapacidad, mi terror. Debía disimularlo para seguir en el puesto.

No me era difícil disimular. Llevaba toda la vida haciéndolo. Primero, para no mostrar que soy gay. Y desde que ser gay dejó de ser problema, para no demostrar que soy sumiso (eso no va a ser tan sencillo de superar, me temo).

Pero disimular es cansado... Y cuando se está cansado, aún peor. Y estresado con el problema informático, peor que peor.

Así que mi disimulo no estaba en su mejor momento cuando vino el informático de la empresa. Un joven alto y fuerte, amable pero claramente Dominante (eso se nota hasta al andar).

Era muy tarde, como dije, y los compañeros de la planta iban cerrando sus monitores y marchándose a casa.

El joven informático llegó, amable pero con mando, y sin decir nada se puso detrás de mi, y con su gran tamaño pasó sus brazos por detrás de los míos y sentía su respiración en mi nuca mientras empezó a teclear con rapidez y seguridad.

Todo parecía que volvía a ponerse en marcha. Y de repente me pidió mi móvil.
No lo entendí, pero el volvió a pedirlo, con mayor dominio. Era una orden.
Y mi lado sumiso no se pudo negar, así que lo desbloqueé y se lo pasé, sin decir nada.

El joven, mientras tocaba mil cosas en mi móvil me dijo escuetamente: "Por seguridad, cada cuenta requiere una identificación doble, con el móvil personal".

Eso me tranquilizó, pero al tiempo empecé a pensar si había cerrado todas las apps que uso, entre ellas la de tuamo...

El joven no decía nada. Miraba el móvil, tecleaba en mi ordenador, regresaba a mi teléfono... y al final, el ordenador de mi mesa volvió a funcionar como siempre. El milagro de la informática.

El joven se fue sin decir nada, mientras yo repetía varias veces mi gratitud y mi felicitación por su profesionalidad.
Y ya solo, me quedé con su aroma a joven fuerte aún impregnándome la nuca.

Cerré el ordenador y cuando me disponía a salir ya de ...