Desde mis principios como máster XXXII

- ¡Buenos días, Fran! ¿Cómo va todo?
Le di la bolsa del gimnasio.
- Bien, Carlos, estoy mejor. Sé que te has preocupado, pero creo que he tomado una decisión madura y que he hecho algo bueno…
- Me alegro, querido, pero… no pareces muy convencido…
- Es lo mejor: si piensas en lo que es bueno para los demás, te sientes mejor…
- Mientras no te haga daño…
- Estaré bien.
- Y yo, siempre a tu lado.
Le besé en la frente y me abrazó con todo su cariño. Al separarnos tenía los ojos húmedos, pero no quise meterme en sus cosas.
- Resuelvo unos temas y me voy al pueblo. Tengo la bolsa en el coche, de la ropa del gimnasio te encargas tú… Puedes pasarle el suspensorio a Pablo, el de la cafetería…
- ¡Ni loco! Ya has hecho bastante: desde el otro día que no pago cafés, que me trata como a un dios… No quiero ni pensar… Yo te lavo la ropa y el lunes estará limpita, como siempre, y ¡completa!
Y puso una cara exagerada de asco mientras reía con ganas. Reí con él.
- En fin, quiero empezar a preparar la casa para la fiesta de Manu, pintar, ordenar un poco…
- Tapar las manchas que prueban el crimen…
Lo dijo sin acritud, con una cierta ironía. No pude evitar ruborizarme.
- A veces eres demasiado listo…
Me sonrió cariñoso.
- En fin, ¿cómo llevas el cáterin?
- Bien, estoy entre dos, tenemos tiempo y he pedido los menús. La semana que viene escoges.
- Tú lo harás perfectamente, confío plenamente en tu criterio. Del vino me encargo personalmente. Cervezas y refrescos, ellos.
Lo besé de nuevo en la frente y entré al despacho. Llamé a Álvaro.
- ¡Buenos días, jefe!
Noté su sonrisa al otro lado del teléfono y del muro.
- Me voy al pueblo esta mañana: tengo que conseguir un pintor que tape las corridas del cachorrito antes de que llegue Laura. De paso, organizaré algunos temas de intendencia para la fiesta de Manu. El domingo volveré a mediodía y comeré en tu casa. ¿Estarás bien?
- Claro.
- Te quiero.
Noté otra sonrisa.
- Lo sé, Carlos. Soy feliz.
Colgamos. Una de las cosas que más me gusta de Álvaro es que habla poco y la clava.
Llegué al pueblo a la hora del desayuno. Como esperaba, allí estaba Marcial, el pintor, con su carajillo.
- ¡Buenos días, Marcial! ¿Cómo va todo?
- ¡Hombre, señor Comas! Todo bien, mucho trabajo estos días, llega el verano y todos los forasteros quieren arreglar sus casas.
- Pues a eso venía yo, y la verdad es que tengo una cierta prisa…
- Lo siento mucho, señor Comas, usted es un buen cliente, pero me he comprometido y ya sabe que no falto a mi palabra… Pero mi hijo necesita trabajo, acaba de tener un crío, no hace ni un mes, y las facturas se acumulan. Ahora me está ayudando, pero puedo prescindir de él y que se gane unos cuartos. Sabe hacerlo y es muy cumplidor.
- Me vale, Marcial, me has...