Salimos del sótano, y algo dentro de mí había cambiado irrevocablemente. Mi cuerpo aún temblaba por la intensidad de lo que Miguel, me había hecho. Cada marca en mi piel, cada músculo dolorido, era un recordatorio de mi rendición. Yo, Diego, el Alfa intocable, había disfrutado siendo sometido. La humillación, el dolor, el placer crudo… todo se mezclaba en mi mente, despertando una parte de mí que no sabía que existía.
Subimos al área principal del club, donde la música pulsaba y las luces tenues ocultaban los secretos de la noche. Mis amigos, otros Alfas de la escena, estaban allí, bebiendo y riendo. Pero cuando me vieron, algo cambió en el aire. Uno de ellos, Lucas, me miró con una expresión que nunca había visto en él: deseo puro, crudo, casi depredador. Sus ojos recorrieron mi cuerpo, deteniéndose en las marcas visibles en mi cuello, en la forma en que caminaba con una ligera cojera. No dijo nada, pero su mirada hablaba por él. Por un momento, sentí un calor en mi interior, una chispa de curiosidad por lo que podría pasar con él.
Miguel, que caminaba a mi lado, lo notó. Su mano se cerró alrededor de mi brazo, posesiva, casi dolorosa. Giré la cabeza y vi su rostro endurecido, sus ojos oscuros brillando con algo peligroso: celos. No dijo una palabra, pero su agarre hablaba por él. Me sacó del club sin despedirse de nadie, prácticamente arrastrándome hacia su coche. El trayecto a su casa fue silencioso, pero la tensión entre nosotros era palpable, un cable eléctrico a punto de romperse.
La Sesión en Casa
Entramos a su apartamento, un loft moderno con paredes de ladrillo y muebles oscuros. Apenas cerró la puerta, Miguel me empujó contra la pared, su cuerpo presionando el mío con una intensidad que me robó el aliento. Su boca se estrelló contra la mía, un beso duro, casi castigador, sus dientes atrapando mi labio inferior hasta hacerme gemir.
—¿Crees que puedes mirar a otro así después de lo que pasó? —gruñó, su voz baja y cargada de posesión—. Eres mío esta noche, Diego. Y voy a recordártelo.
No me dio tiempo a responder. Me arrastró hasta una habitación en la parte trasera del loft, un espacio que claramente usaba para sus sesiones. Una cruz de San Andrés dominaba la pared, junto a una mesa cubierta de herramientas: cuerdas, látigos, esposas, juguetes de silicona y metal. La luz roja de una lámpara bañaba la habitación, dándole un aire casi infernal.
—Desnúdate —ordenó, cruzándose de brazos mientras me observaba.
Obedecí, mi orgullo de Alfa luchando contra la excitación que crecía en mi interior. Cada prenda que caía al suelo era una rendición más. Cuando estuve desnudo, Miguel se acercó, sus manos recorriendo mi cuerpo con una mezcla de rudeza y precisión. Sus dedos trazaron las marcas que él mismo había dejado en el sótano, apretando lo suficiente para hacerme sisear.
—Te gusta esto, ¿verdad? —dijo, su voz burlon...