Desde finales de la primavera, todo el verano y durante el principio del otoño, Andrés iba día tras día a la playa si había buen tiempo. Era funcionario, terminaba temprano de trabajar y vivía a un kilómetro. Había otra playa que le quedaba más cerca, pero él prefería la nudista. Porque además de gustarle mucho la playa tenía un punto exhibicionista. Le gustaba estar desnudo delante de otros hombres. Estaba casado, pero desde hacía tiempo tenía claro que le gustaban los machos y sus pollas. Porque no buscaba metérsela a ninguno, quería que se lo montaran a él y a veces no era sólo querer, es que de vez en cuando era una necesidad.

Su mujer era enfermera, con turnos rotativos y casi nunca era posible que le acompañara. Además, a ella no le gustaba mucho la playa y menos aún ir a una nudista. Ya era un hábito llegar a casa del trabajo, ponerse un pantalón corto, unas chanclas, meter una toalla y la crema de protección solar en una mochila y marchar a su playa.

Como era un asiduo, conocía a los habituales. Las otras playas normalmente están más concurridas, pero las nudistas lo son menos y los asistentes casi siempre son los mismos, gente que les gusta coger sol y bañarse en pelotas. Pero ese día vio que había uno al que estaba seguro de no haber visto nunca por allí, además le gustó de sobremanera, y no se resistió a extender su toalla cerca, a unos dos metros. Además, cuando iba a meterse en el agua caminaba la distancia de separación y se metía frente a él. El otro estaba como absorto en sus pensamientos y ni siquiera se percató de su presencia. Cuando volvió a la toalla se acostó boca abajo, pero con la cabeza en su dirección. Por algunos gestos que fue observando poco a poco y por alguna llamada que hizo y oyó, fue especulando que el hombre sería un hetero muy probablemente, lo empezó a considerar como algo inalcanzable y se conformó en disfrutar con su imagen. No se atrevió a intentar ningún tipo de conversación y al final de la tarde, unos minutos después de verle marchar, también se fue a casa.

Al día siguiente, llegó a la playa sin esperar encontrárselo, pero para su sorpresa allí estaba el hombre más o menos en el mismo sitio, leyendo un libro. Por supuesto que se acostó él también donde el día anterior, es decir a dos metros de él. Enseguida se fue a la orilla, y frente a él, se empezó a mojar el cuerpo con las manos e incluso se puso hacer ejercicios de estiramiento, que incluían separar mucho los pies e inclinarse hacia delante, hacía el mar, obviamente abriéndose mucho y dejando ver hasta su ojete, que ya se notaba usado, porque era más una raja que un agujero y tenía los bordes algo engrosados, no sólo por las pollas que se había metido sino también por los jueguecitos que hacía cuando estaba solo en su casa, metiéndose dildos, calabacines, bolas, o cualquier cosa que pudiera saciar o al menos calmar su necesidad de ser follado...