La última palabra de Kael había disuelto el espacio entre ellos, convirtiendo el aire en una sustancia densa y cargada. No hubo necesidad de un movimiento explícito, de una invitación verbal. La mirada de Kael, profunda y magnética, se había posado sobre Liam, no solo viéndolo, sino absorbiéndolo, invitándolo a una rendición que el joven ya sentía en cada fibra de su ser. Era una orden silenciosa, una promesa de devoción y dominio que Liam, sin vacilar, aceptó con cada respiración contenida.

Y así, sin más preámbulos, Kael se inclinó. No fue un movimiento brusco, sino un descenso lento y deliberado, como el de una sombra poderosa que finalmente engulle a la luz. Los labios de Kael, carnosos y oscuros como la noche, se encontraron con la boca pálida y entreabierta de Liam. No fue un beso gentil, sino una toma. Una reclamación. Kael devoró la boca de Liam con una intensidad voraz, un hambre ancestral que se manifestaba en cada movimiento, cada presión. El aliento de Liam se mezcló con el más denso de Kael, una fusión de esencias que borraba las fronteras.

Liam, que hasta entonces había sido la inmaculada blancura, se encontró completamente consumido por la fuerza oscura que lo arrastraba. Sus propias manos, tímidas al principio, se aferraron a la robusta espalda de Kael, sintiendo la tensión de los músculos bajo la tela, una manifestación tangible de ese poder negro que ahora lo embargaba por completo. Los morreos se intensificaron, un baile primitivo donde Kael marcaba el ritmo, ahondando en la boca de Liam con una posesión que no dejaba lugar a dudas. Era el beso del conquistador y del entregado, un pacto sellado en la humedad y el calor.

Las manos de Kael no permanecieron ociosas. Mientras su boca reclamaba la de Liam, sus dedos, grandes y firmes, comenzaron un descenso lento y deliberado por la espalda del joven, trazando un camino de piel y sensaciones. Se deslizaron por la suave piel de Liam, explorando cada curva, cada línea, en un roce profundo. Era una caricia que afirmaba el rol, que grababa a fuego la nueva realidad: Liam, la blancura impoluta, ahora bajo la total influencia y el dominio de Kael, arquetipo del poder oscuro y magnético. Cada roce era una confirmación, cada presión una afirmación de la propiedad, de la entrega. La respiración de Liam se convirtió en un jadeo ahogado, una melodía de rendición que solo Kael podía orquestar.

En ese abrazo de bocas y manos, la toma de roles se hizo innegable. Kael era el amo, el que poseía, el que consumía. Liam era el lienzo, el entregado, el que recibía con una necesidad que lo sorprendía incluso a él mismo. El "black power" no era solo una idea en ese instante; era una fuerza palpable que se manifestaba en la boca de Kael, en la presión de sus manos, en la absoluta devoción que ahora ligaba a Liam a él.