(La página está escrita con rapidez, la letra inclinada y afilada. Parece que Julián no podía escribir lo suficientemente rápido para seguir el ritmo de sus pensamientos.)

Domingo. Puta mierda de domingo. Se supone que es para descansar. Mis cojones. Para mí es el día del puto mono.
Me he despertado con el bicho dentro. No es hambre de comida, joder. Es un picor en los huesos, un cable pelado en el cerebro que me pide una descarga. Necesito el chute. El chute de humillación. Necesito a Leo.
Pero el camello hoy no reparte.
La casa está en un silencio que te cagas. Mis padres, a tomar por culo por ahí. Solo se oye al puto cerdo de mi hermano roncando en la cama de al lado. El puto rey león durmiendo la mona. Su lado del cuarto es una pocilga. Un caos de ropa tirada que apesta a él, a su puta vida de ganador.
Y entre toda esa mierda, está mi dosis. Su ropa de ayer.
Salgo de la cama arrastrándome como una puta cucaracha. El suelo está helado. Cada crujido de la madera es un puto infarto. Rezo para que el cerdo no se despierte y me pille. A gatas. Así me muevo por mi propia habitación. A gatas para robar la mierda de mi hermano.
Ahí está. La camiseta. Los pantalones cortos. Tiesos. Acartonados de sudor seco. Los cojo. El tacto es asqueroso. Vuelvo a mi cama, a mi cueva. Me tapo hasta la cabeza.
Y respiro.
Joder. El golpe del olor. Sudor agrio. Desodorante barato. Y ese olor a macho que lo impregna todo. Cierro los putos ojos con fuerza. Intento hacer magia. Intento que el olor a vestuario de mierda se convierta en el olor de Él. En su puto perfume caro. En su olor a poder.
Mi mano ya está en mi polla. Dura como una puta porra. Y empiezo a darle, rápido, con rabia, como si quisiera arrancármela. Mi cabeza es una puta película: la cara de Leo, su sonrisa de cabrón, su voz llamándome "fantasma". El olor de la ropa de Marcos es el combustible. Mi mano es el pistón.
Un espasmo de mierda y ya. Un puto chispazo. Ni siquiera es un alivio. Es pulsar un botón de reseteo que dura un segundo. Y después, el vacío. Y el hambre, otra vez, más fuerte que antes.
Esta mierda de metadona ya no me hace nada. Mañana. Mañana en el tuto. Mañana cazo a mi camello. O reviento.

He tirado la ropa de Marcos a un rincón de mi cama, como un animal que esconde su comida. El resto de la mañana ha sido una niebla de intentar no pensar. He intentado dibujar. Solo me salían putas líneas rotas. He intentado leer. Las palabras eran un enjambre de hormigas. Solo podía pensar en el próximo chute.
Y ha llegado a mediodía.
Marcos estaba en el salón, tirado en el sofá, dándole al puto FIFA. El volumen a toda hostia. Gritos, insultos a la pantalla, el puto rey en su elemento. Yo he pasado por detrás, de camino a la cocina, intentando no respirar, no existir.

"Eh, enano."
Me he parado en seco. No se ha girado a mirarme.
"Ven aquí."
Me he ...