3. El hotel…africano

(…) Te dejo marchar a casa, por ahora

Han pasado los días, te he dejado en tu casa recuperándote. Pero te llega el mensaje, directo, con esa autoridad que sólo yo, tu Amo, tengo sobre ti:
—Arréglate. Te quiero elegante, camisa y pantalón, zapatos limpios. Vas a un hotel de lujo. Al llegar, pregunta por la “fiesta africana”. Allí obedeces todo sin rechistar.

No te atreves a contestar más que un “Sí, señor”. Pasas las horas preparándote, temblando por dentro, repasando cada detalle frente al espejo: el pelo peinado, la ropa impecable, el perfume justo. Todo lo que haces es porque te lo ordeno, porque sabes que ya no hay vuelta atrás.

Al cruzar el vestíbulo, el suelo reluce y la atención de los recepcionistas te intimida; pero tus ganas pueden más.
—Disculpe —dices en voz baja—, vengo por la fiesta africana.
La recepcionista sonríe, marca un número, asiente y llama a un botones. Te conduce por pasillos enmoquetados hasta una suite al fondo. La puerta se abre y el calor, el olor a sexo y a sudor masculino te golpean de inmediato, más denso que cualquier perfume caro.

Delante de ti, quince hombres, subsaharianos de diferentes edades y cuerpos, todos enormes, piel negra reluciente, completamente desnudos, las pollas y pelotas colgando, algunas semi-erectas, otras ya duras con solo verte. Las risas y exclamaciones retumban en varias lenguas. Te miran como a un plato servido, y uno de ellos, más alto y fuerte, da la orden en inglés:
—Strip. Take it off. Now.

Los dedos te tiemblan al desabrochar la camisa, la ropa cae al suelo, y tu piel pálida queda expuesta ante ese coro de carcajadas, gritos y expresiones de hambre. Un par te agarran por los brazos y te colocan en el epicentro de la alfombra, rodeado, completamente vulnerable. Sientes las miradas clavadas en tu cuerpo, el tamaño monstruoso de esas pollas a tu alrededor.

Uno te mete el pulgar en la boca, estirándote la cara, mirando a los otros:
—Look at this whore. Ready to swallow us all.

Sin aviso, dos se arrodillan frente a ti y empiezan a chocarte las pollas enormes en la cara, abriendo tu boca con violencia, obligándote a chupar y recorrer con la lengua esas venas gruesas que te ahogan nada más comenzar. La piel de sus huevos te golpea en la barbilla, mientras sientes el sabor acre y salado bajo la mezcla de sudor y excitación acumulada todo el día. No puedes cerrarla ni pedir tregua: uno te sujeta la nuca, el otro te agarra del pelo y te follan la garganta uno tras otro, turnándose, mientras los demás jalean animando con gritos y puñetazos en la pared.

Sientes la presión de manos enormes en las caderas, te ponen de rodillas con las piernas bien separadas. Un africano te escupe en el agujero y te lo abre con dos dedos gruesos —“Lets see how tight is this white ass”—, ríen de nuevo, y una polla...