No sé ni por qué coño escribo esta mierda. Como si sirviera de algo. Supongo que es mejor que darle cabezazos a la pared. O no.

Mañana.

Tengo dieciocho. Genial. Mis padres me han "felicitado" dejándome un puto smartwatch en la cocina. De esos deportivos. Para contar los pasos que no doy y medir las calorías que no quemo. Es casi una broma. Un "a ver si te mueves de una puta vez, vago de mierda" envuelto para regalo.

Luego ha bajado Marcos. Mi hermano pequeño. El puto amo de la casa, el proyecto de hombre perfecto. Ya me saca una cabeza y el doble de hombros. Me ha revuelto el pelo como si fuera un perro.

"Felicidades, enano".

Enano. Me lo suelta el tío que mide uno ochenta y pico. Gilipollas. Lo mejor ha sido la cara de orgullo de mis padres mientras él contaba no sé qué mierda de un partido. Yo, mientras tanto, invisible. Como siempre.

Tarde.

En el instituto, más de lo mismo. Yo en mi esquina, intentando no existir. Dibujando.

Hasta que ha aparecido él. Leo. No es el típico cachas de gimnasio como mi hermano. Es de esos cabrones con clase, de los que te joden la vida con una puta sonrisita. Viste de negro, todo le queda perfecto y se mueve como si el pasillo fuera suyo.

Me ha tocado. Y no ha sido un accidente. La lata de refresco. El líquido helado ahogando mi dibujo. Su voz junto a mi oído, "Shhh... vamos a arreglar esto... juntos". Su mano sobre la mía, usándome de trapo.

Y mi polla, la muy hija de puta, va y se despierta. Se pone dura como una piedra. Un empalme de manual, doloroso, apretando contra los vaqueros. ¿Pero qué coño me pasa? ¿Qué clase de enfermo se pone cachondo con algo así?

Y él, claro, lo ha visto. Ha parado. Ha bajado la mirada. Y ha sonreído.

"Vaya...", me ha susurrado. "Parece que al final te ha gustado y todo, ¿eh, fantasma?".

Joder. Me ha visto. Ha visto mi puto empalme. Quería que me tragara la tierra. Se ha pirado con sus colegas, partiéndose el culo.

Ahora. Noche.

Encerrado en el baño. Mirándome al puto espejo. Y lo he entendido todo. Por qué yo. Tengo esta pinta de pringado, de presa fácil. Piel de fantasma, cuerpo de alambre, ojos de crío asustado y una boca que pide a gritos que la callen. No soy una persona, soy un cartel de neón que dice "JODEDME".

Ahora estoy en la cama. Las luces apagadas. Pero la erección de esta tarde ha vuelto, o quizás nunca se fue del todo. Es una brasa dura y dolorosa en mi entrepierna. Intento pensar en otra cosa, en blanco, en nada. Pero es inútil. La imagen de la sonrisa de Leo no se va. Su voz. Sus putas palabras.

"…parece que al final te ha gustado y todo…"

Joder.

Mi mano baja, torpe, casi sin mi permiso. Duda un instante sobre la tela de mi pantalón de pijama, justo encima de mi polla dura. Cierro los ojos con fuerza, como si eso pudier...